Cada día aplastaba su rostro de niño contra la vitrina de la panadería, cuya chimenea encañonaba el cielo y tiznaba la túnica de San Pedro y la otra mejilla de los ángeles. El dueño le decía que el pan era el rostro de Dios: “Hay que aprender a ganarlo con el sudor de la frente”.

Ahora es hombre flaco... y ateo.










de Eduardo Llanos Melussa
en Cien microcuentos chilenos, 2002
del blog:descontexto