El día 1 de octubre es el máximo exponente de un fracaso colectivo. El fracaso de unas autoridades independentistas dispuestas a poner a los ciudadanos en la calle, por delante, a defender sus sueños utópicos unilaterales, y el fracaso de un Estado que fue incapaz durante años de hacer una propuesta atractiva a una comunidad que se estaba alejando a marchas forzadas y también el fracaso de un gobierno, el de M.Rajoy, que prefirió mirar hacia otro lado y no buscar soluciones a un conflicto que se le escapaba de las manos.
Un fracaso de este gobierno que fue estrepitoso con las cargas policiales y el despliegue del Ministerio del Interior completamente superado por los acontecimientos y que tuvo que suspender a media mañana cuando ya el mundo entero veía por televisión las imágenes de la violencia contra gente que quería votar en una ciudad tan icónica como Barcelona, la suspensión llegó tarde, el desastre ya se había consumado y la vergüenza de la actuación policial la habían visto ya en todo el mundo, excepto en España donde las imágenes fueron escatimadas y manipuladas, hasta que el reciente documental de Netflix las expone por fin a la luz de todos.
Ha pasado un año y han pasado muchas cosas. Los dirigentes independentistas están huidos o en prisión; M.Rajoy, desaparecido en su registro de la propiedad; Sáenz de Santamaría, fuera de la política después de ser rechazada por su partido y Pedro Sánchez en la Moncloa tras una moción de censura por la corrupción del PP que salió adelante con el voto de los partidos nacionalistas y secesionistas.
Lo que pasó hace un año fue tan duro que doce meses después es una temeridad asegurar, como dicen Rivera y Casado, que estamos peor. Peor es casi imposible. Lo que también es difícil de mantener es que estemos mejor; más bien, la crisis se ha cronificado a la espera de la sentencia del juicio del Proceso que seguramente volverá a disparar la tensión y espera también de las próximas batallas electorales de las municipales ahora con el proscrito de Manuel Valls de animador del cotarro .
"Punto y aparte merece comentar los daños colaterales que han sufrido precandidatos a las municipales como Bosch o Mejías, víctimas de la síndrome Valls, después de su sacrificio personal todo este tiempo en el Ayuntamiento, son enviados a la reserva sin demasiados miramientos. No así Alberto Fernández Díaz - de momento - quizás porqué ya forma parte del mobiliario del Ayuntamiento"
Los intentos del Gobierno de Sánchez de "normalizar" la situación chocan con una realidad tozuda conducida todavía en gran parte desde Bruselas por Puigdemont y lo peor es que estos gestos como los de pedir la liberación o hablar de un indulto para los presos pueden acabar siendo un grave peligro electoral para el PSOE si no se explican bien para que sus votantes no lo empiecen a ver como cesiones constantes a los independentistas para seguir en el poder, cuestión que ya se cuidan de remover Pp y C,s.
Si alguna vez este conflicto político entra en vías de solución, será a través de una propuesta como la de los socialistas de una reforma constitucional y un nuevo Estatuto que refuerce la posición real de Cataluña, pero a día de hoy este horizonte sigue siendo casi tan lejano como hace un año. Ni los independentistas ni el PP y Ciutadans cederán en sus planteamientos inmovilistas, agravado además por la actitud de Puigdemont de interferir en el proceso, esto da la sensación impotente de que seguirá cronificado. Estamos metidos en un maldito embrollo, del que no es posible salir, ni unos ni otros, y los equidistantes tampoco.
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