21 de diciembre de 2007. Era el día anunciado por el entonces presidente Zapatero para la llegada del AVE a Barcelona, tras 12 años de obras, incidentes y retrasos. Hubo algunos más. Agujeros y derrumbes de un obra gestionada en los principales tramos de su recorrido por el Ministerio de Fomento de Álvarez Cascos trasladaron la inauguración hasta febrero del año siguiente. Jalones de la historia de la normalidad española, perpetuamente asaltada por zancadillas con olor a corrupción. La principal distancia, sin embargo, es la que habla de los cambios drásticos operados en una década en las relaciones entre Catalunya y el Estado. De cómo un Estatut con todos los parabienes legales, fue repudiado, recurrido, servido en píldoras de ponzoña a la españolidad más recalcitrante, por un PP con afán recaudatorio de votos. El apoyo al independentismo pasó de apenas el 10% al 48%.

21 de diciembre de 2018. El AVE llegará a Barcelona, sí, y esta vez, de nuevo, cargado de huestes del “a por ellos”, regados, alentados, por una derecha que se ha dividido, multiplicado, en tres para no desperdiciar un solo voto. En el conjunto de España, naturalmente. Lo anunció de alguna manera el nuevo viejo líder del PP. Pablo Casado dijo que " 3.000 radicales antisistema de toda Europa, algunos de ellos armados, se aprestan a acudir a Barcelona para participar en la rebelión contra el Gobierno español”. Si se aprende a leer en las trazas de las fake news más que a anuncio suena a amenaza. Son esperados algunos, pocos, italianos, “suficientes para acompañarlos y que no se pierdan”, me dicen. De donde sí van a llegar es de la España ultra. Casado dice que "armados algunos", Casado dice que “para participar en la rebelión contra el gobierno español”. Hay que oír la letra, más que la música.

En Barcelona, este viernes 21, la previsión del tiempo anuncia la tormenta perfecta. Se cumple un año de las elecciones celebradas bajo el artículo 155 decretado por Rajoy. Electoralmente, dejó resultados similares y la misma sociedad dividida. Un 21 de diciembre aquél, poco después del referéndum del 1 de Octubre, considerado ilegal por el  gobierno del PP y sus apoyos, y que fue reprimido con dureza por las Fuerzas de Seguridad.  Imágenes que dieron la vuelta al mundo. Y nada las puede borrar. Después, también, de la salida a escena del Rey, el día 3, crispando los ánimos y marcando el camino. De ruptura. Desencuentros y dolor en este año completo que confluyen este viernes con un cúmulo de expectativas cercadas por circunstancias condicionantes.
El campo de batalla ofrece a siete políticos independentistas huidos, uno de ellos el president Puigdemont del PDeCAT, que sería sustituido a su iniciativa por el imprevisible Quim Torra. Nueve, en prisión preventiva, en varios casos desde hace más de un año. Cuatro, en huelga de hambre desde primeros de diciembre. Protestan para que el Tribunal Constitucional resuelva sus recursos y restituya sus derechos. Uno, Jordi Turull, ha sido llevado a la enfermería. Dura pena sin juicio para quienes permanecieron en España, dado que los delitos por los que son acusados en la cuestionada instrucción del juez Llarena no son considerados tales en la Europa encima de los Pirineos y negaron la extradición de los reclamados. Ésa que el juez en cuestión dictó y retiró al albur de sus estrategias.
En este clima, el presidente del gobierno Pedro Sánchez lleva el Consejo de Ministros a Barcelona, por primera vez en 42 años. Aunque está en dudas, se prevé una reunión con el president catalán. Incluso una mini cumbre.  Una medida de normalidad democrática, dice la vicepresidenta Carmen Calvo. Sánchez utiliza un doble lenguaje. Rechaza aplicar el 155. Ha retomado el discurso duro contra el independentismo. Incluso con visos de cierto desprecio cuando afirma que hicieron un referéndum "solo para su pandilla" (estimada en unos dos millones de catalanes). - Rosa Maria Artal - eldiario.es