A veces de tanta información que recibimos se nos escapan historias interesantes, insólitas o curiosas, como ésta que viene a continuación, la del hombre de Manus, el periodista kurdo Behrouz Boochani que lleva seis años retenido en esta isla de Papúa Nueva Guinea en una especie de prisión por parte de las autoridades Australianas, que en su incongruencia no le dejan entrar en su país y al mismo tiempo le han dado un premio literario. Un premio que lamentablemente no ha podido ir a recoger.

"Para Behrouz Boochani, el pasado jueves era un día más en su monótona rutina en la isla de Manus. Estaba sentado en medio de la selva cuando recibió la noticia: había ganado uno de los premios literarios más prestigiosos de Australia, el país que le mantiene confinado desde hace más de cinco años en esta isla de Papúa Nueva Guinea.
"Era una situación muy surrealista. Fue muy paradójico, porque estaba recibiendo un premio de un país contra el que llevo años luchando por su política [migratoria] bárbara", explica este solicitante de asilo kurdo iraní en una conversación con eldiario.es.
Lo hace a través de Whatsapp, su "oficina", como lo llama él. La misma herramienta que utilizó para escribir el libro por el que ha recibido dos galardones del Premio Literario Premier de Victoria, el reconocimiento en la categoría de no ficción y el premio victoriano de literatura. Este último es el de mayor dotación económica del país y lo entrega el centro literario Wheeler en nombre del Gobierno del estado de Victoria, al sur de la isla. En total, los premios están dotados con 125.000 dólares australianos.
Para Boochani, el galardón es más que un reconocimiento a su escritura. Es una victoria. "Es un gran logro. No solo para los refugiados de Manus y Nauru, sino también para los refugiados de todo el mundo y, sobre todo, para la humanidad", sostiene. Pesa el cansancio de tantos años, pero confía en el poder de la literatura para acabar con la situación de los refugiados de Manus. "Estoy seguro de que este libro tiene el potencial de crear un cambio: no solo que nosotros consigamos la libertad, sino que también tenga un gran efecto en aquellos países que están violando los derechos humanos", recalca.

El título de la obra, inspirado en un viejo proverbio kurdo, no deja lugar a dudas: Sin más amigos que las montañas. Escribiendo desde la prisión de Manus. A lo largo de sus más de 400 páginas, mezclando varios estilos, el autor describe en primera persona su periplo desde Indonesia a Australia, en el que casi pierde la vida, y su detención y la de sus compañeros en el centro que Australia gestionaba hasta hace poco más de un año en la isla papuana, muy criticado por grupos de derechos humanos y la ONU por sus condiciones de vida precarias e inhumanas. 
En estos años, el solicitante de asilo, periodista de profesión, las ha documentado con su teléfono móvil, tratando de sortear el control de los guardias. En él escribía los capítulos de su libro, que enviaba como mensaje de texto, a veces también como audios, por el servicio de mensajería al traductor Moones Mansoubi, que posteriormente los mandaba al profesor universitario Omid Tofighian, quien los tradujo del persa al inglés. A Boochani le confiscaron el teléfono hasta en dos ocasiones. Finalmente, el libro vio la luz en 2018.
"Escribir siempre es difícil, pero escribir en la cárcel es una de las tareas más difíciles. Mi cuerpo se ha dañado físicamente por escribir este libro", sostiene el periodista. "Cuando escribes un libro tu cuerpo se ve afectado, también tu vida diaria... fumas mucho, no comes bien, debes quedarte despierto por la noche. Tu cuerpo se vuelve más débil, en especial en un lugar como Manus", reconoce con cierta timidez. 
Sin embargo, confiesa que verse a sí mismo como un escritor encerrado en "una prisión remota" ha sido precisamente lo que le ayudó a sobrellevar las duras condiciones del centro de detención. Es la idea que repitió el pasado jueves durante su discurso de agradecimiento en la ceremonia de entrega. Aunque era su día, Boochani no pudo estar presente. Tuvo que hacerlo en vídeo, desde Manus, ya que no tiene permiso para ir a Australia. Su traductor recogió el galardón en su nombre. 
"Esta imagen siempre me ayudó a defender mi dignidad y mantener mi identidad como ser humano. (....) He estado en una jaula durante años, pero durante este tiempo mi mente siempre ha estado produciendo palabras. (...) Realmente creo que las palabras son más poderosas que las verjas de este lugar, esta prisión", dice con gesto serio en el mensaje grabado, publicado en The Guardian. 
El autor se encuentra ahora en un alojamiento provisional en la isla, tras el desalojo del polémico centro en 2017 –decretado  después de que la justicia papuana lo declarara inconstitucional– que también documentó. Sin embargo, como Boochani, cientos de solicitantes de asilo continúan recluidos en la isla. 
El pasado noviembre, Amnistía Internacional denunciaba que, aunque no se encuentren técnicamente en detención, la situación de los 600 hombres que permanecen en Manus sigue siendo difícil, con recortes a los servicios de asistencia médica y orientación por parte de Australia, así como "continuas amenazas a su seguridad". 
Muchos temen que su situación quede en el olvido, también el periodista. "Estuvimos viviendo en un lugar peor que una prisión durante cuatro años y medio, pero ahora nuestra situación está cambiando. En general, puedo decir que está mejorando en algunos aspectos, pero también empeorando. Estamos viviendo en un limbo porque todavía el sistema tiene control sobre nuestras vidas y no se nos permite salir de esta isla e ir a algún lugar", explica.
"Muchas personas han estado separadas de sus familias durante casi seis años. Es muy difícil de soportar una situación como esta", subraya. No es la primera vez que Boochani alza la voz contra estas condiciones. También lo ha hecho en numerosos artículos y en su documental  Chauka, Please, Tell us the Time, estrenado en varios festivales internacionales en 2017 y elaborado con imágenes que el periodista grabó en secreto para contar cómo era el día a día de los refugiados encerrados en Manus. 
Desde agosto de 2017, tres hombres se han suicidado en la isla de Manus. Han sido varios los intentos de suicidios y las autolesiones como fruto de las condiciones que estas personas han soportado en la isla que, según AI, "constituyen tortura y les causaban graves daños psicológicos". Las ONG han documentado además un largo catálogo de  abusos y malos tratos como agresiones físicas y verbales, atención médica insuficiente, falta de acceso a la escuela, robos y detenciones arbitrarias.

Para contener un número creciente de llegadas a las costas australianas, el Gobierno reactivó en 2012 la política de encerrar a los migrantes y refugiados que interceptaba en aguas internacionales en centros de detención fuera de su territorio, como el de Manus, clausurado, o el de la isla de Nauru, en el Pacífico Sur.
Las instalaciones de ultramar, donde los solicitantes tramitan sus peticiones de protección internacional, fueron creadas por el Ejecutivo conservador del primer ministro John Howard en 2001 con la llamada "Solución del Pacífico" y reabiertos 11 años después por la laborista Julia Gillard. El modelo australiano ha recibido los elogios del vicepresidente italiano ultraderechista Matteo Salvini y  ha inspirado las medidas del Gobierno danés para recluir en una isla deshabitada a los migrantes pendientes de expulsión. 
Muchas de las personas internas han huido de conflictos como los de Afganistán, Darfur, Pakistán, Somalia y Siria. Otras escapan de la persecución y la discriminación, como las minorías apátridas  rohingya de Myanmar. Boochani decidió pedir asilo en Australia tras huir de Irán por el peligro que corría, dice, tras publicar varios artículos en defensa de la cultura kurda.
La única perspectiva real de salida de la isla para muchos de los solicitantes de asilo en Manus es el acuerdo de reasentamiento de los Estados Unidos pero, según AI, la esperanza es "cada vez más débil" debido a una alta tasa de rechazos de algunas nacionales y una tramitación de solicitudes que se produce a cuentagotas.
Entre los que aguardan poder marcharse a un tercer país está Boochani. "Estamos esperando para reasentarnos en cualquier lugar. Solo queremos salir de esta isla", sentencia con agotamiento desde el mismo lugar en el que transcurre su vida desde hace casi seis años. El mismo en el que recibió el premio por un libro que, espera, le ayude a alcanzar su principal anhelo: la libertad."