DEL DICHO AL HECHO


Todos conocemos el proverbio: "Del dicho al hecho hay mucho trecho". Pero ¿de qué está hecho el trecho? ¿Y cuál es el proceso o mecanismo que media entre intención y acción? Por ejemplo, ¿cómo se pasa de la decisión de asir una taza a asirla de hecho? Éste es uno de los problemas más "calientes" que investiga la psicología biológica o, como suele llamársela hoy, neurociencia cognoscitiva. En particular, el tema del campo de investigación llamado control cognoscitivo. La solución de este problema no sólo enriquecería nuestra comprensión de la mente y de la acción. También tendría utilidad práctica. En efecto, si. averiguamos qué pasa entre ideación y acción, acaso se sabrá qué hacer cuando un accidente interrumpe el circuito, tal como ocurre con los cuadrapléjicos. O sea, se podrá diseñar una prótesis que medie entre pensamiento y movimiento, ya sea del propio cuerpo, ya de una mano electromecánica. ¿Se logrará? Ya se está haciendo. Por supuesto, no se trata de resucitar la fantasía de la telequinesia, o movimiento a distancia, de que hablan los parapsicólogos. En particular, no se trata de tocar el piano con la mera fuerza de la mente, sin que nadie ni nada toque las teclas. Se trata en cambio de empezar por saber cómo el cerebro del pianista controla sus manos. Y esto es sabido, al menos en grandes líneas, desde hace tiempo. El proceso en cuestión consta de cuatro etapas. En la primera, una parte de la corteza cerebral imagina el acorde. En la segunda, ese órgano manda un mensaje a los centros de intención, planificación y decisión (las cortezas prefrontal y parietal posterior). En la tercera etapa, esta oficina ejecutiva envía un mensaje a la banda motriz. En la cuarta, ésta envía una señal a la mano. 
Esta señal va del cerebro a la médula espinal, y de aquí a los nervios periféricos que controlan los músculos de la mano. Si la médula espinal se corta, el mensaje no se transmite y la mano no se mueve: es el drama del pianista paralizado por un accidente. El problema técnico consiste en saltar las dos últimas etapas del proceso. O sea, consiste en pasar directamente del centro planificador y decisor a una mano artificial. En otras palabras, el problema es diseñar una máquina que "lea pensamientos" y los traduzca a acciones ejecutables por una prótesis. En principio, el pianista paralítico tocaría el piano con sólo leer o imaginar las notas. Para lograrlo bastaría implantar en su cerebro electrodos conectados con un piano electrónico. Análogamente, el escritor paralítico escribiría con sólo ir pensando las palabras, si se conectara su cerebro con un brazo robótico acoplado a una computadora. 
Esto no es ciencia-ficción sino todo un proyecto de investigación que está en marcha. Los primeros frutos de este proyecto fueron presentados en la reunión anual de la Sociedad de Neurociencias celebrada en Miami en octubre de 1999. Uno de los resultados más sensacionales fue el dispositivo presentado por John Donoghue y su equipo. Se trata de un brazo robótico conectado con la oficina ejecutiva del cerebro de un mono. El lápiz sostenido por el brazo prostético iba trazando un dibujo a medida que el mono lo iba imaginando. De modo, pues, que la psiconeuroingeniería ya no es ficción técnica sino realidad técnica, aunque aún embrionaria. Muy pronto será también realidad industrial altamente rentable. Ya hay por lo menos una empresa, Neural Signals Inc., radicada en Atlanta y dirigida por Philip Kennedy, que fabrica neuroprótesis de un tipo radicalmente nuevo. Éstas son electrodos que desprenden compuestos que promueven el crecimiento de nuevas dendritas (ramitas) neuronales. Al implantarse en un cerebro vivo, este electrodo hace contacto con neuronas del sujeto experimental (o del paciente) y es capaz de recoger los impulsos nerviosos que se generan en su centro ejecutivo. Se sortea así el largo circuito que pasa por la espina dorsal. 
A un paciente de 53 años de edad, paralizado por una lesión del tallo cerebral, se le implantó uno de estos electrodos. Éste se ubicó en su corteza motriz primaria y se conectó con un cursor que se mueve sobre la pantalla de una computadora. El paciente ha aprendido a mover el cursor a voluntad, de una letra a otra, con sólo imaginar el cursor. De esta manera escribe mensajes breves. El procedimiento es aún muy lento, pero ha sacado al paciente de su jaula motriz. Lo más curioso del caso es que todo esto fue anticipado hace medio siglo por un neurocientífico español que fue profesor en Yale: José Manuel Rodríguez Delgado, conocido en la literatura científica como José M. Delgado, y con quien tuve el gusto de conversar. Este neurocientífico hizo experimentos novedosos y sensacionales, que expuso en su libro The Physical Control of the Mind (1969). En el más conocido de ellos, el científico y un toro de lidia están en una plaza de toros. En el cerebro de la bestia se ha injertado un chip que el experimentador maneja a distancia con una emisora de ondas de radio. Cuando el toro está por embestir al científico, éste oprime un botón y el toro frena. Rodríguez Delgado inventó varios dispositivos similares, unos para controlar la mente y otros para servir de prótesis a víctimas de accidentes cardiovasculares y otros pacientes. Estos avances no habrían sido posibles si los científicos involucrados en ellos no se hubieran liberado de dos mitos. El primero es la creencia de que los seres humanos no somos los parientes ricos de los monos. El segundo mito es el de la inmaterialidad del alma. En efecto, todos esos avances presuponen que lo que vale para el cerebro simiesco quizá valga también para el humano (aunque no viceversa). También presuponen la inexistencia del alma inmaterial, o sea, la falsedad del dualismo mente-cuerpo o psiconeural. Dicho de modo afirmativo: dichas investigaciones presuponen y confirman la idea de que los procesos mentales son procesos cerebrales. (Ésta es la hipótesis del llamado monismo psiconeural.) Por ser procesos materiales, los pensamientos son captables y controlables por medios materiales, tales como electrodos. La moraleja es clara: si quieres contribuir al avance del conocimiento de la mente, olvida los mitos sobre ésta e investiga el cerebro pensante, en lugar de estudiar la mente en sí misma e independientemente del cuerpo. Este cambio de foco, de la mente inmaterial al cerebro que siente y piensa, explica los extraordinarios logros de la neurociencia cognoscitiva, así como los primeros frutos de la psiconeuroingeniería. Éste es uno de los frutos palpables de la filosofía naturalista. ¡Y después dicen que la filosofía no sirve para nada! - Mario Bunge
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