Un filósofo mira lo que llama una posición en el mundo, como los tártaros miran las ciudades, es decir, como una cárcel: es un círculo en el que las ideas se comprimen, se concentran, quitando al alma y a la inteligencia su extensión y su desenvolvimiento. Un hombre que ocupa una gran posición en el mundo tiene una cárcel más grande y más adornada; el que no tiene más que una pequeña posición está en un calabozo; el hombre sin posición es el único hombre libre, con tal de que tenga un bienestar, por lo menos que no tenga ninguna necesidad de los hombres.
Se es más feliz en la soledad que en el mundo. ¿No vendrá esto de que, en la soledad, piensa uno en las cosas, y en el mundo se ve uno forzado a pensar en los hombres?
Y es qué cuando se considera que el producto del trabajo y de la inteligencia de treinta o cuarenta siglos ha servido para entregar trescientos millones de hombres repartidos sobre el planeta a una treintena de déspotas, en su mayoría ignorantes e imbéciles, cada uno de ellos gobernado por tres o cuatro pervertidos, algunas veces estúpidos, qué pensar de la humanidad, y qué esperar de ella para el porvenir?
Sebastián Nicolás Roch (Chamfort)
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