Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”
Este es un requerimiento estándar para los discursos en las ceremonias de graduación, el uso de una pequeña y didáctica historia. El cuento de David Foster Wallace resulta ser uno de los métodos más ejemplificativos y menos tediosos del género, pero si creen que planeo presentarme aquí como el pez viejo y sabio que les va a explicar a ustedes, jóvenes peces, qué es el agua, por favor no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio.
El punto de la historia de los peces es simplemente que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Enunciado como una frase, por supuesto, éste es sólo un lugar común como cualquier otro, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos de ello me gustaría hablar en esta despejada y encantadora mañana.
Alberto Carlos Rivera seguro que desconoce este cuento, a él ni siquiera se le puede aplicar el principio de Peter para justificar su ascensión al mini-poder, a pesar de su elevado nivel de incompetencia, Rivera ascendió simplemente por una cuestión alfabética, su nombre empieza con la letra 'A', aquí radica todo su mérito. Poco se podía imaginar Víctor Canicio que esto sucedería cuando escribió sobre la primera letra del alfabeto:

A

Todo empezó cuando aquel tipo
le puso dos patitas
al triángulo.

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