"El mal lo causa un bichito. Es tan pequeño, que si se cae de la mesa, se mata"
Sancho Rof. Ministro de Sanidad de España
El riesgo de crisis alimentarias nunca es ni será igual a cero. Máxime cuando nuestra alimentación es cada vez más procesada y, por tanto, nuestro control sobre aquello que ingerimos acaba por resultar imposible. La única forma que tenemos de soslayar esa cada vez mayor complejidad, interdependencia y globalización de nuestros alimentos es la confianza. Sobrevivimos a base de confianza. Esa que nos hace pensar que lo que llega a nuestras neveras está perfectamente listo para el consumo y que hay los suficientes controles y las suficientes garantías de que las personas y los organismos velan por que eso sea así.
Vivimos de la confianza y confiados. Por eso mismo es tan grave que ante una crisis alimentaria se traslade una sensación de caos y de descontrol, de falta de trazabilidad, de descoordinación y, por abreviar, de que no hay manos firmes al timón para que nosotros podamos aceptar que no es nuestro trabajo ocuparnos de la salubridad de lo que adquirimos porque hemos delegado esa misión en otros que la cumplen. Lo triste es que una y otra vez, cada vez que se produce una crisis de este tipo, descubrimos que en la cabina de mando no hay tanto orden como pensábamos y que puede suceder que tengamos al frente a personajes que no dan la talla a la hora de afrontar una situación de este tipo, en la que fundamentalmente se requiere detectar el origen, retirar los productos, sellar el riesgo, tratar y cuidar a las víctimas, mantener informados a los ciudadanos y no inducirles al pánico y, posteriormente, depurar todas las responsabilidades en la cadena que hizo que tales alimentos llegaran a los consumidores. Nada puede ser más sencillo que saber qué se debe hacer y nada parece más complicado en nuestro país que llevarlo a cabo.
Así es difícil apartar de la mente a aquel ministro que en la mayor y más grave crisis sucedida en nuestro país jamás, la del aceite de colza, la que más muertos y afectados ha causado, en la que las víctimas supervivientes siguen aún hoy olvidadas y sufriendo los efectos del síndrome desarrollado, compareció ante las cámaras para hablar de un bichito "tan pequeño que si se cae de la mesa se mata". En aquella crisis, que afectó a más de 20.000 personas y provocó 1.100 muertos, primero se habló de legionella, después se dijo que se debía a un bichito que era menos peligroso que una gripe y, sólo más tarde, se reconoció el origen y la responsabilidad de los que se lucraban con un aceite desnaturalizado no apto para consumo humano.
También recordaremos con facilidad a esa pizpireta ministra de Sanidad, Celia Villalobos, que durante la crisis de las vacas locas recomendó a las mujeres de España que hicieran el caldito con huesos de cerdo en lugar de con huesos de vaca, a pesar de que en ningún momento se había ordenado la retirada o prohibición de los huesecitos de marras.
Y así, degenerando, hemos llegado al consejero de Salud de la Junta, médico él para más inri, que comenzó esta historia de la listeria echándole flores a la empresa responsable por haberle dado unos datos -insuficientes y malos como se ha visto luego- que tenía obligación de darle y lamentando "su mala suerte" por haber sufrido esta contaminación. La mala suerte no es la de los ciudadanos que confiaban en sus autoridades, ¡qué va!, la mala suerte es la del emprendedor que emprendía y quebraba las empresas y dejaba a todos tirados, pero que seguía su paso firme de emprendedor aguerrido usando a su hijo de testaferro y que ahora ha puesto en riesgo a miles de personas. ¿Puede comprenderse ese afán por sacarle la cara a los responsables de la crisis? Tal vez no ha entendido que un político lo primero que debe salvar es su gestión y que ésta va más allá de felicitarse de lo "buena gente" que son los integrantes de esa consejería que puso en marcha en tres días "y todo con amigos míos".
No es pues raro preguntarse qué más amigos tiene el consejero y analizar por qué se cometieron errores que retrasaron la alerta sanitaria y provocaron una retirada del producto tardía y parcial. Saber por qué muestras mal etiquetadas provocaron un retraso más en los análisis y a qué se debió la mala trazabilidad de los productos y la no declaración de la existencia de la marca blanca. No veo muy factible que sea la Junta la que nos acabe explicando todo esto. Es bien probable que sea la Justicia la que nos acabe contando cómo y por qué se contaminó la carne y cómo y por qué se intentó salvar la cara de la empresa responsable.
La crisis alimentarias son inevitables, pero el tener políticos inútiles y bocachanclas, además de irresponsables, parece especialidad patria. Podemos hablar de este caso sin que sea un enorme drama porque los productos no llegaron a demasiados grupos de riesgo pero, ¿qué hubiera pasado si esta carne se hubiera servido en residencias de ancianos o en hospitales? La listeriosis es una fuente de preocupación para la Unión Europea desde hace una década. Hasta llegó a subvencionar un estudio conjunto en los países miembros en muestras de pescados ahumados o marinados, quesos blandos y semiblandos y productos cárnicos tratados térmicamente y envasados al vacío para obtener más datos sobre un riesgo que aumenta exponencialmente, y que llegó a provocar crisis con 105 muertos en USA por un queso, o casi 400 afectados en Francia por las rillettes, y en Reino Unido por un paté. Ignoro si tras el muestreo pagado por la Comisión Europea se siguen realizando controles aleatorios en productos que se encuentran ya en el comercio. Lo cierto es que en nuestro país se han hecho hasta tesis doctorales sobre la cuestión en las que, entre otras cuestiones, se recomienda realizar amplias campañas a la población, sobre todo a la de riesgo, sobre una "enfermedad emergente que debe ser objeto de una amplia vigilancia epidemiológica".
Aun así nos quedamos en la "mala suerte" y en la confianza de que esta vez el bichito sea realmente pequeño. Y es que al que no quiere caldo le acaban dando dos tazas y ese parece nuestro sino en materia de crisis alimentarias. Algunos eran tontos y lo que vieron les hizo dos tontos. No es mío, es de Alberti. - Elisa Beni - eldiario.es
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