España es un estado inexistente, tendríamos que inventarlo: José Ortega y Gasset (1910
Entorpece sobremanera la inteligencia de lo histórico suponer que cuando de los núcleos
inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquellos de existir como elementos
activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla
reduce a unidad española a Aragón, Cataluña y Vasconia, pierden estos pueblos su carácter de
pueblos distintos entre sí y del todo que forman.
Nada de esto: sometimiento, unificación,
incorporación, no significa muerte de los grupos como tales grupos; la fuerza de independencia que
hay entre ellos perdura, bien que sometida; esto es, contenido su poder centrífugo por la energía
central que los obliga a vivir como parte de un todo y no como todos aparte. Basta con que la fuerza
central, escultora de la nación –Roma en el Imperio, Castilla en España, la Isla de Francia en
Francia-, amengüe, para que se vea automáticamente reaparecer la energía secesionista de los
grupos adheridos.
La historia de una nación no es sólo la de su
período formativo y ascendente: es también la historia de su decadencia. Y si aquella consistía en
reconstruir las líneas de una progresiva incorporación, ésta describirá el proceso inverso. La historia
de la decadencia de una nación es la historia de una vasta desintegración.
Es preciso, pues, que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional, no como una
coexistencia interna, sino como un sistema dinámico. Tan esencial es para su mantenimiento la
fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso de la techumbre gravitando sobre las pilastras
no es menos esencial al edificio que el empuje contrario ejercido por las pilastras para sostener la
techumbre...
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