Hace unos días, un conocido actor mantuvo en público que “las manos de un macho no están para estar quietas, precisamente”, un enunciado bastante enigmático, por cierto, porque no se aclaraba dónde o en qué se debían entretener esas inquietas manos viriles.
Efectivamente, las manos del macho, como las de la hembra, están hechas para hacer cosas, y unos y otras se han pasado la vida haciendo cosas. Fabricando instrumentos para preservar la vida como para provocar la muerte; elaborando refugios para combatir las inclemencias del tiempo y productos alimenticios para garantizar la existencia; construyendo vías de comunicación para convivir con otros o para aniquilarlos; las manos de los machos, como las de las hembras, han estado siempre en movimiento.
Las manos de los machos, como dice el actor, también podrían ocuparse en acariciar a las criaturas nacidas en coyunda con las hembras, procurarles alimento y cuidados, o mecerlos a la hora de dormir; también podrían servir para cocinar, coser prendas nuevas o zurcir las deterioradas; encender un fuego, regar una flor. Se me ocurren tantas cosas en las que las manos de los machos podrían ocuparse para procurar el bien de la humanidad.
Sin embargo, mucho me temo que nuestro actor no está pensando en todas las innumerables cosas bellas y útiles que los machos pueden hacer con sus manos. Más parece que insinúe –porque decirlo abiertamente no lo dice– que esas manos están autorizadas a hurgar impunemente en las zonas íntimas de las mujeres, aunque estas no lo deseen; o que justifique que incluso puedan forzarlas a mantener relaciones sexuales, so pena de que se extinga la especie.
Me gustaría saber si nuestro actor también incluye en esas manos inquietas las de los curas pederastas que surgen en el seno de la iglesia –pues machos son, a fin de cuentas– o a otras muchas manos viriles que violentan cuerpos impúberes o adolescentes en flor en escuelas o gimnasios. En estos casos ya no parece que esas manos se muevan para evitar la desaparición del género humano, sino para procurar la satisfacción libidinosa de esos machos de manos nerviosas.
A mi se me ocurren muchos sitios donde esos machos podrían meterse las manos inquietas, pero como soy una señora solo diré uno: en su puto culo.
OPINION · CUARTO Y MITAD
Las manos de los machos
JUANA GALLEGO
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