Decía ayer Albert Rivera que Pedro Sánchez lleva un año jugando con los huesos de Franco “para dividirnos en rojos y azules”, mientras que él prefiere “unir a los ciudadanos y hacer las reformas de futuro que España necesita”. Este argumento, además de falaz (atender los deberes del pasado es compatible con afrontar los retos del futuro), forma parte de una visión muy extendida en la España actual. Una visión casi hegemónica, según la cual todo lo que sea reparar el pasado anterior a la amnistía de 1977 es un error imperdonable, mientras que es un acierto nobilísimo subrayar constantemente lo que sucedió con ETA o lo que está pasando en Catalunya.
Lo estamos viendo: la mayoría de fiscales y periodistas dan por hecho que no hay diferencia entre el independentismo catalán y ETA. A pesar de que hay una diferencia sutil: ETA mató a más de 800 personas, hirió o secuestró a miles, acosó a decenas de miles, pero ningún preso de ETA fue acusado de rebelión como lo son estos independentistas que dormían en su casa, con sus niños, que fueron despertados de madrugada mientras la puerta familiar caía a golpes de martillo. La información policial hablaba de “precursores” de explosivos; la prensa ha resumido: explosivos, y algunos líderes políticos (Rivera y Roldán) han acusado al presidente de la Generalitat de ordenar la detonación.
Ningún preso de ETA fue acusado de rebelión como lo son estos independentistas
El juez no se pronuncia. Pero los medios de comunicación, convirtiendo el fiscal en profeta, describen a los detenidos como terroristas; con parecido sesgo, los medios independentistas dan por hecho que son seres angelicales. Los antecedentes invitan a sospechar que estas detenciones son correctivas, amenazantes, intimidatorias. Pero también es factible que un sector del independentismo, irritado por las circunstancias, haya decidido pasar a la acción violenta.
Más allá de interpretaciones y especulaciones, una cosa es clara: tanto si este grupo de detenidos es violento como si el Estado ha abusado del monopolio de la violencia, estamos asistiendo a la cronificación de un problema que habría tenido una solución, si no fácil, factible. En el 2010, la inmensa mayoría de catalanes pedía una rectificación política de la sentencia del TC sobre el Estatut. La herida se dejó pudrir. No se quiso buscar salida alguna y la herida se infectó. Se persistió en el inmovilismo y la herida se ha gangrenado. Hasta los calmantes que inicialmente recetó Sánchez se han eliminado. Ya sólo sal y más sal a la herida.
Dejar pudrir los problemas del pasado no conduce al futuro: nos condena a la podredumbre. Esto es lo que ocurrió con las víctimas del franquismo. Al no reparar su memoria, no podemos reparar la de las otras víctimas de la guerra. Los bandos persisten. Todo se pudre y ningún reagrupamiento patriótico es posible porque siempre hay un bando convencido de que puede ganar. Siempre hay quien cree que una victoria enérgica y sin compasión es mucho mejor que el perdón mutuo y la reparación general. Los huesos de Franco ríen. Lo trasladan de tumba pero su legado fructifica entre amigos y enemigos. - Antoni Puigverd - lavanguardia.com
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