Milad Doueihi, historiador de las religiones; crítico de la trans humanització digital, afirmaba en la contra de la Vanguardia: "Google es el dios escondido de nuestro tiempo". Explica como Google almacena toda nuestra información y por lo tanto todos o casi todos nuestros recuerdos. Unos recuerdos que en cierto modo ya no son nuestros sino que están en una nube, de modo que pueden ser borrados o manipulados en cualquier momento, y que en el futuro todos estos recuerdos se pueden perder, salvo los que como los monjes de la edad media sean recopilados a mano en la serenidad y paz de algún Monasterio.
Habla también Doueihi del reconocimiento por parte de la ciencia que, a pesar de sus avances, las máquinas son incapaces de tener conciencia y por lo tanto de emocionarse, pero que cada vez controlarán más la información y a nosotros mismos, y cada vez nos fusionaremos más entre nosotros y las máquinas, que de hecho son ya una parte imprescindible en nuestras vidas.
Pero hay un aspecto que me dice que esto no será del todo así. Una persona, pongamos yo mismo, sale una mañana con la bicicleta y va por los caminos del bosque; esta persona, contempla un paisaje en un ángulo de 180°, y sobre todo a parte de contemplarlo, lo siente, lo escucha, lo vive, lo huele, y eso no lo puede captar una máquina por sofisticada que sea, del mismo modo que no puede detectar el tipo de color de la luz del sol, tan amarillenta a primera hora de la mañana, con un amarillo blanquinoso como asustado, pálida unos días y brillante otros, o mermada su intensidad por la niebla o la neblina. La máquina se limitará como máximo a analizar la intensidad de esta luz para sacar la mejor fotografía posible, pero será incapaz de disfrutar, de observar estas intensidades, de mascar la humedad en primera hora de la mañana o el reseco mediodía en verano, no podrá tampoco saborear el olor a tierra mojada, o de la hierba recién segada, ni el ruidoso silencio del bosque al amanecer. Quizá por eso, por más sofisticadas que sean, las máquinas nunca podrán emocionarse con la poesía.
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