A veces tachamos a alguien de cínico y creo no estamos acertados en la expresión, sobre todo si hablamos de políticos. El cínico es aquel que dice las verdades inoportunas, las verdades que son sabidas por todos pero que nadie se atreve a denunciar, instalados en un silencio cómplice. El cínico las airea incluso de forma insidiosa, denuncia hechos o circunstancias evidentes que todo el mundo sabe, realidades aceptadas, soportadas, sin ser denunciadas por nadie. Un cínico no es una persona sincera, que quede claro, la sinceridad es una virtud y el cínico poco tiene de virtuoso, sabe denunciar con eufemismos, con sutilidad, lejos de la directa indiscreción del sincero.
La gente huye del sincero y prefiere o se resigna ante el cínico, aunque es cierto que oficialmente elogiará esta sinceridad, pero no deja de ser un acto de hipocresía, a nadie le gustan las verdades inoportunas, prefiere las matizadas del cínico. Fuster lo definía muy bien: El sincero dice las verdades inoportunas porque son verdades, el cínico, sólo porque son inoportunas, esa es la diferencia. Tal debe ser así, si todo el mundo fuera sincero podríamos terminar muy mal, mientras que el cinismo es menos perjudicial y a la vez más reconocible. Si hablamos de políticos, aquí no hay cinismo y menos aún sinceridad; sólo engaño, descaro, mentira, bajeza y mucha demagogia.
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