Acabada la guerra del 36, Francisco Franco instaló su residencia en el palacio de El Pardo y allí vivió durante todas las décadas en las que estuvo físicamente en el poder. A los que ya tenemos cierta edad nos viene a la cabeza un cliché que durante aquel tiempo se decía a menudo: “la lucecita de El Pardo”. Lo repetían los medios de comunicación oficiales para avisarnos de que Franco no descansaba nunca y que día y noche velaba por nuestro bienestar. Mientras la mayoría de los ciudadanos dormía, él continuaba siempre al pie del cañón ( no pun intended ). Los articulistas y caricaturistas de los medios que poco a poco fueron apareciendo en los años setenta ( Por Favor y Muchas Gracias , sobre todo) también se referían a ello, pero con un tono irónico. “La lucecita” en cuestión no era más que una lámpara que había en el despacho del dictador, y que siempre estaba encendida por si, de repente, en plena madrugada se le ocurría despachar algunos asuntos, entre los cuales el visto bueno a condenas a muerte de desafectos al régimen. En este punto interviene otro cliché de la época: “el motorista de El Pardo”. Aparecía a menudo en los medios. Era el hombre que se encargaba de llevar sus órdenes allí donde hiciera falta, para que fueran ejecutadas de forma inmediata: “Esta mañana ha salido de El Pardo un motorista con un sobre que...”. Que fuera en moto añadía una aureola de velocidad y urgencia a lo que fuera que aquel sobre contuviera.
Hay quien dice que la historia de “la lucecita de El Pardo” es una leyenda no verificada. Vete a saber, pero la propaganda del régimen la utilizó tanto que cuajó en el imaginario colectivo. A los no franquistas que nunca visitaron el lugar –hoy integrado en el distrito de Fuencarral-El Pardo– el topónimo les infundía pavor. Por eso se entiende que, ahora, algunos vecinos de la población rechacen que trasladen ahí los restos del dictador. La asociación vecinal El Pardo En Común dice a la agencia Efe que, como generaría un problema de seguridad, no están de acuerdo: “Nos oponemos a que nuestro barrio sea el nuevo epicentro de la peregrinación de los nostálgicos del franquismo cada 20 de noviembre. Condenar a un barrio que sufrió la represión salvaje de los aliados de Franco rompería la convivencia y generaría malestar entre vecinos y acólitos de la dictadura”. Rematan su alegación con una frase rotunda: “Franco, ni en el Valle, ni en La Almudena ni en El Pardo”.
Lo entierren donde finalmente lo entierren, que Dios Nuestro Señor no quiera que le pase como a Augusto Pinochet. Cuando murió en el 2006, soterraron sus cenizas en una segunda residencia de 51 hectáreas que tenía en Los Boldos, a unos 120 kilómetros de Santiago, porque su familia temía que, si lo enterraban en la capital chilena, alguien profanaría la tumba. Pero, en un espléndido giro de guion, cuatro años después –en el 2010– se descubrió que Los Boldos, que ahora está en un grave estado de abandono, se había convertido en una espléndida plantación de marihuana. Que rule. - QUIM MONZÓ - lavanguardia.com
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