Entre 1914 y 1918 Francia sufrió la pérdida de un millón y medio de hombres en una guerra de trincheras tan absurda como mortífera; unos 400.000 de ellos sin sepultura, ya que lo que quedaba de sus despedazados cuerpos quedó enterrado bajo montañas de fango y metralla. A las familias de estos soldados muertos sin tumba se les notificaba que su hijo -o marido o hermano…- estaba ‘desaparecido’ o ‘desaparecido, presuntamente muerto’.
Esta nueva y gélida categoría burocrática apesadumbró durante mucho tiempo a todo aquél que había sufrido la pérdida de un ser querido sin conocer el paradero de sus restos o saber siquiera a ciencia cierta si había muerto o no. Muchas familias se negaron a dar por muerto al pariente ‘desaparecido’; y no fueron pocas las que nunca perdieron la esperanza de que algún día volvería sano y salvo a casa.
En un intento de aliviar el padecimiento de los afligidos familiares de los combatientes desaparecidos, se inventó el concepto del soldado desconocido cuya tumba sería la de todos los que murieron sin ser enterrados individualmente. La iniciativa, empero, comenzó con mal pie: el primer cuerpo de un soldado desconocido exhumado en Verdún no fue más de lo que quedaba de un senegalés, así que procedieron a cambiarlo por el de un francés fetén. Al principio, la idea era que se construía la tumba del soldado desconocido en el Panteón de París; al final, se optó por el Arco de Triunfo.
Pero resulta que había otro soldado desconocido, aunque éste aún vivo. El 1 de febrero 1918, se detuvo en la estación ferroviaria de Lyon un tren en el que viajaba un nutrido grupo de prisioneros de guerra franceses beneficiarios de un intercambio con los alemanes. Se dispersaron todos en un santiamén salvo uno, un individuo de apenas treinta años sin dinero ni documentación de ningún tipo y que vestía un uniforme francés hecho jirones.
La historia de Anthelme Mangin - Estaba desorientado y apenas sabía ligar cuatro palabras seguidas. Al pedirle su nombre un médico militar, la respuesta que balbució sonaba a Anthelme Mangin, y con este nombre lo ingresaron en el manicomio de Rodez, donde permanecería encerrado 24 años, hasta su muerte, en 1942.
Ahora bien, la suerte de Anthelme Mangin no tardó en suscitar cierto interés entre la intelectualidad francesa. Había quién declaraba que el hombre de Rodez sin memoria ni pasado, y por tanto libre del odio desatado durante la guerra, era, por esta misma razón, el único europeo realmente libre que quedaba.
Por supuesto, Mangin no era, ni mucho menos, el único excombatiente desmemoriado encerrado en algún centro psiquiátrico. Pero los otros recuperaron la memoria o fueron reconocidos y reunidos con sus familias. Una ley aprobada en 1919 daba por oficialmente muerto a los dos años a todos los desaparecidos, así permitiendo que sus viudas pudiesen emprender una nueva vida. Un ministerio le concedió a Mangin una cuantiosa pensión de veterano de guerra, pero se le fue arrebatado por otro ministerio que estimaba que, al no disponer de ningún tipo de identidad oficial, pues que sencillamente no existía.
Misterio resuelto - En 1922, el Gobierno francés, deseoso de quitarse de encima la patata caliente del enigma de Mangin, pidió a la prensa que divulgara su foto. Animados por la supuesta pensión de guerra que se creía cobraba, no tardaron en encaminarse hacia Rodez sus presuntos familiares, gran parte de los cuales insistían en reconocer sin pizca de duda a su hijo, marido, hermano, tío…
No fue hasta 1930 que se supo que Antheleme Mangin era Octave Félicien Monjoin, después de ser reconocido por su verdadero hermano Joseph. Aun así, aquí no acaba la historia, ya que varios de sus falsos parientes no se daban por vencidos y al cabo de cuatro años de una laboriosa investigación se celebró un juicio, a fin de zanjar de una vez este peliagudo asunto. Pero no hubo manera: siempre salían más demandantes que tenían que ser atendidos.
El hermano de Octave Monjoin murió en 1939, poco antes de que estallara otra guerra, así dejando al desmemoriado de la anterior en el manicomio sin otra salida que no fuera la muerte, que le sobrevino en 1942, víctima de los draconianos recortes impuestos en todos los centros psiquiátricos por el régimen de Vichy. Fue uno de los 40.000 pacientes que murieron de hambre o hipotermia, por no decir de asco. - lavanguardia.com
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