La revolución digital concentra cada vez más poder y riqueza en cada vez menos capitales. Sólo en ellas se aprenden las habilidades que proporcionan los mejores sueldos. El resto del territorio se vacía, porque sus talentos se van a competir a esas metrópolis. La izquierda cree que con tasarlas con más impuestos podrá compensar a los perdedores, pero los pueblerinos no quieren subvenciones, quieren no ser cada vez menos y más relegados. Por eso votan venganzas populistas, como la del Brexit contra Londres; la de los chalecos amarillos contra París; la de la España vaciada contra el gran Madrid; o la Catalunya de comarcas contra la gran Barcelona. Collier apunta que no se conformarán con subvenciones. No pararán hasta que cada comarca tenga una capital con futuro. En la contra de la vanguardia han entrevistado a Paul Collier, catedrático de Economía del Desarrollo en la Universidad de Oxford:

El capitalismo tiene futuro?

Llevamos 10.000 años de civilización y el capitalismo sólo existe desde hace 250, pero ya ha demostrado que es el único sistema capaz de mejorar nuestras vidas. Eso no quiere decir que no requiera regulación y contrapesos.

¿Por qué el capitalismo genera riqueza?

Nadie lo sabe con exactitud, porque ningún economista ha logrado desentrañarlo con precisión. Sabemos que si dejamos que el capitalismo funcione en piloto automático, como quiere la derecha, sin ninguna regulación, conduce a desigualdades y recesiones terribles.

Si no lo conocemos, ¿cómo remediarlas?

No hay alternativas mágicas. Tras cada recesión, sólo nos queda recomponer el capitalismo con humildad, pragmatismo y empirismo: ensayar con acierto y error correcciones para volverlo a poner en marcha. Sabemos que las grandes ideologías no sirven y las utopías fallan.

Pero haberlas, haylas.

Olvidemos las buenas intenciones y veamos la realidad: el comunismo también se ha ensayado durante estos últimos 250 años en muchos países y en todos ha sido siempre un desastre.

Entonces, ¿hoy el capitalismo no tiene alternativa, pero tampoco tiene remedio?

Hoy la derecha quiere reducir la sociedad a la economía; la economía al capitalismo; y el capitalismo a la empresa; y la empresa a un solo fin: generar los máximos beneficios a cualquier coste. Eso significa no pagar impuestos y arruinar lo que es de todos, como el medio ambiente o el Estado de bienestar.

¿El capitalismo no era precisamente eso?

Si sólo fuera eso, sería un desastre y no tendría futuro. Pero lo tiene y está en reconectar con el pasado: nuestra evolución. Dominamos el planeta, porque cooperamos y competimos en asociaciones con derechos y obligaciones.

También está el Estado.

El Estado tampoco puede ser el único poder, porque castra al individuo para protegerlo.

Pues ya me dirá usted cuál es el futuro.

Recuperar y fortalecer el entramado de asociaciones que median entre el Estado, la empresa y el individuo: son desde la familia a las cooperativas de vivienda, trabajo, vacaciones; sindicatos; colegios profesionales; centros de formación público-privados; de ocio, culturales...

Aquí a todo eso le llamamos sociedad civil.

¡Pues ese es el futuro del capitalismo! Extender ese espíritu de derechos y obligaciones compartidos a las empresas, que deben incluir a los trabajadores en su dirección y a esos representantes de la sociedad y cada ciudad y el barrio donde se encuentren. Crear actores colectivos y enriquecer, para gestionar la complejidad, a los que ya tenemos. Darle diversidad al sistema.

Si el éxito de una empresa sólo se mide por sus beneficios, no interesa esa sociedad civil.

Ahí es donde se equivoca la izquierda al defender que la única alternativa al capitalismo salvaje son el Estado y más impuestos. La alternativa progresista no es más Estado, sino más sociedad civil, que participe en la gestión de las empresas y el Estado: tener más actores que las empresas, los estados y los individuos.

¿Por qué triunfa hoy el populismo?

Porque la globalización concentra en cada vez menos ciudades cada vez más poder y oportunidades de aprender para prosperar.

¿Y los de pueblo se enfadan?

Las ciudades medias, que antes eran importantes y ofrecían oportunidades, ahora se han quedado relegadas y sus centros de formación ya no enseñan las habilidades para triunfar en las grandes urbes donde todo se decide.

¿Es la rebelión de los pueblerinos?

El populismo es el cabreo de esas ciudades de comarcas y provincias relegadas contra las metrópolis cada vez más poderosas.

Aquí se rebela la España desierta, o la Catalunya de comarcas contra Barcelona.

Y la Francia rural contra París; y el norte de Inglaterra que vota Brexit contra Londres; y los paletos del Medio Oeste que votan Trump contra el Silicon Valley. Todos se rebelan contra las metrópolis que les quitan relevancia.

¿Por eso votan populismos?

Y, por eso, los populismos también calan en los grandes partidos. El populista detecta a su enemigo, siempre encuentra a uno, y en cinco frases se ofrece a derrotarlo.

¿Es la razón por la que la socialdemocracia pierde más votos que la derecha?

La izquierda, en vez de dar respuestas, pierde el tiempo con el cambio climático y las políticas de género, que sólo interesan a los progresistas que ya viven en esas grandes capitales de la globalización. A los de pueblo, en cambio, nadie les hace caso. Y el cambio climático –no nos engañemos– es a 50 años vista. No moverá votos.

¿Cómo hacer caso a los de comarcas?

Para frenar el populismo, la izquierda quiere aumentar los impuestos a los ganadores de las nuevas capitales globales y subvencionar a las relegadas; pero los pueblerinos no quieren subvenciones, sino poder: quieren recuperar los centros de producción y los buenos sueldos.

¿Cómo se puede lograr?

Pues descentralizando ese poder y consiguiendo que cada comarca tenga una capital relevante, donde se pueda trabajar y aprender en primera línea y dejar de ser un pueblo marginado en vías de degradación.