II - En relación con lo que acabo de decir, vaya una simple nota al pie sobre la cuestión de las atrocidades. Son pocas las pruebas directas que tengo sobre las atrocidades cometidas en la Guerra Civil española. Sé que algunas las cometieron los republicanos, y que muchas más (que se siguen cometiendo ahora) son obra de los fascistas. Sin embargo, lo que me impresionó entonces, y lo que desde entonces no ha dejado de impresionarme, es que las atrocidades se crean o se desmientan única y exclusivamente según sea la inclinación política de cada cual. Todo el mundo cree a pie juntillas en las atrocidades del enemigo y descree de las atribuidas a su propio bando, sin tomarse jamás la molestia de examinar las pruebas a su alcance. Hace poco redacté un listado de las atrocidades cometidas en el periodo que va de 1918 a la actualidad, y jamás se ha dado un año en el que no se cometieran atrocidades en un lugar o en otro, al mismo tiempo que apenas existe un solo caso en el que la izquierda y la derecha crean simultáneamente en la veracidad de las mismas historias. Y más extraño aún es que en cualquier momento pueda la situación invertirse de repente, y que la atrocidad ayer demostrada con creces se torne una mentira ridícula tan sólo porque haya cambiado el panorama político.
En la presente guerra nos hallamos en una situación curiosa, y es que nuestra “campaña de atrocidades” se llevó a cabo, sobre todo, antes de la guerra y principalmente por parte de la izquierda, las personas que normalmente se enorgullecen de su descreimiento. En ese mismo periodo, la derecha -esto es, los autores de las atrocidades del periodo que va de 1914 a 1918- contemplaba la Alemania nazi y se negaba de plano a ver maldad en ella. Tan pronto estalló la guerra, fueron los pronazis de ayer los que repitieron hasta la saciedad las historias sobre los horrores de toda clase, al tiempo que los antinazis de pronto se encontraron dudando de que la Gestapo existiera realmente. Tampoco fue esto única y exclusivamente resultado del pacto ruso-germano. Fue debido, en parte, a que antes de la guerra la izquierda había creído erróneamente que Gran Bretaña y Alemania jamás llegarían a enfrentarse en un conflicto armado, y que eran, por tanto, capaces de ser simultáneamente antialemanes y antibritánicos; en parte, también fue debido a que la propaganda oficial de la guerra, con su nauseabunda hipocresía y sus pretensiones de rectitud moral, suele conseguir que las personas con dos dedos de frente terminen por simpatizar con el enemigo.
Parte del precio, que pagamos por las sistemáticas mentiras del periodo que va de 1914 a 1917 fue la exagerada reacción progermana que siguió. Durante el periodo 1918–1933, bastaba sugerir en los círculos de la izquierda que Alemania tenía siquiera una mínima fracción de responsabilidad por la guerra para ser abucheado. En todas las denuncias vertidas contra el Tratado de Versalles, todas las que yo escuché a lo largo de esos años, dudo mucho que se llegara a formular la pregunta: “¿Qué habría ocurrido si Alemania hubiera ganado la guerra?”. Y menos aún se llegó a debatir esta cuestión, por descontado. Lo mismo sucede con las atrocidades. La impresión que se tiene es que la verdad pasa a ser mera falacia en cuanto es el enemigo quien la expresa alto y claro. Hace poco he reparado en que las personas que se tragaron todos los horrores referidos a los japoneses en Nankín en 1937 se negaban a creer esas mismas historias referidas a Hong Kong en 1942. Se dio, incluso, una clara tendencia a pensar que las atrocidades de Nankín habían pasado a ser, por así decir, retrospectivamente falsas, pero sólo por la atención que les prestó el gobierno británico.
Por desgracia, la verdad acerca de las atrocidades es mucho peor que las mentiras que se cuentan acerca de ellas con fines propagandísticos. La verdad es que se han producido y se producen. Lo que a menudo se aduce como razón para justificar el escepticismo, a saber, que el hecho de que las mismas historias horripilantes se repitan guerra tras guerra las hace más verosímiles. Evidentemente, se trata de fantasías extendidísimas, y la guerra representa una gran oportunidad para ponerlas en práctica. Asimismo, aunque ya no esté de moda decirlo, poca duda puede haber de que los que podrían denominarse “blancos” cometen muchas más atrocidades, y mucho peores, que los “rojos”. No existe tampoco duda, por ejemplo, acerca del comportamiento de los japoneses en China. Tampoco, acerca de los ultrajes fascistas en Europa durante los últimos diez… El volumen de los testimonios es, sencillamente, enorme, y una proporción muy respetable de ellos proviene de la prensa y la radio alemanas. Estas cosas realmente han ocurrido: en eso hay que fijarse, y no perderlo de vista. Han ocurrido aun cuando diga lord Halifax que han ocurrido. Las violaciones y los asesinatos en las ciudades chinas, las torturas en las cárceles de la Gestapo, los ancianos profesores judíos arrojados a las fosas sépticas o el ametrallamiento sistemático de refugiados en las carreteras de España son sucesos que innegablemente se han producido, y que no han ocurrido en menor medida porque el Daily Telegraph haya tenido conocimiento de ello con cinco años de retraso.
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