Toda esta previa, me ha alejado del tema inicial con el que he comenzado el escrito, el Concierto anual de la noche del 31 de diciembre de la Filarmónica de Viena, desde ese lugar tan kitsch, auténtico monumento al mal gusto, que incluso estoy seguro que Gaudí rechazaría, como es la Sala Dorada del Musikverein de Viena, donde este año el concierto lo dirigirá el director letón Andris Nelsons.
Pienso cada año cuando lo veo en la Filarmónica de Viena, en la variada gama de personas que hay en una orquesta, gente en principio culta y disciplinada, que bajo las órdenes de un director, ejecutan una tras otra las partituras que éste ha escogido, con una extraordinaria al tiempo que mecánica precisión.
Músicos, que también son personas, con sus problemas, sus carencias y sus preocupaciones, pero a la que se sientan en su silla y el director levanta la batuta, todos estos problemas se aplazan y sólo queda la música que suena, y suena muy bien. Y es que sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre los seres, y, dentro de la música y de este concierto que vemos el primer día del año, un clásico dentro de los clásicos: el Danubio azul primero y la marcha Radetzky después.
A veces las apreciaciones o valoraciones de un director de orquesta pueden estar influidas por un estado de ánimo determinado o la percepción que se tiene hacia este, pero de todos los Danubio azul que he escuchado, para mí, el mejor fue el dirigido por Zubin Mehta, el 31 de diciembre de 2015, del que no he sabido encontrar el vídeo.
Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena, del 2014 celebrado en la Sala Dorada del Musikverein bajo la batuta de Daniel Baremboin
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