Tenemos al Ministro Garzón relativamente preocupado por los anuncios que incitan a las apuestas en televisión y radios, y su pernicioso efecto sobre los ludópatas y no ludópatas. De momento se ha quedado a medias y no creo que vaya más allá de controlar un poco los horarios de emisiòn de anuncios, demasiado poder tienen estas empresas, y sobre todo demasiado dinero invierten en publicidad para incitar a la gente a apostar.

Esto es el efecto de la publicidad. La publicidad consiste en informarnos de la existencia de unas cosas que no necesitamos y que gracias a su persuasión y insistencia acabamos necesitando y por tanto, adquiriendo. Intentad no comprar nada que sea publicitado, pero es dificil, ahora, lo que si no hago caso ni pienso consumir, es algo que me entre en el ordenador sin mi permiso, o la molesta publicidad que aparece en consultar algún digital, que es como una mosca cojonera, por lo que cuesta de rechazar.
De hecho, sin la publicidad, nuestra sociedad volvería a la edad Media, o casi, y no estoy diciendo ninguna tontería. Sólo hay que darse cuenta que, sin publicidad no habría deportes de élite como la Fórmula 1, Fútbol, ​​Motos, Basquet, Tenis, Atletismo, etc etc. Tampoco tendríamos diarios, ni de papel ni digitales, ni Televisión, apenas habrían radios, salvo la Estatal y alguna de ámbito local. Si realmente sobrevivía alguno de estos medios sería con dinero público y por tanto controlado por el aparato del Estado (más o menos como ahora). Muchos de los productos de consumo actuales desaparecerían al no poder hacer publicidad para venderlos, y a pesar del ahorro no se yo si bajarían de precio los productos de consumo en ahorrarse los gastos de publicidad pués se les reducirían las ventas y posiblemente aún debería aumentar su precio de venta al público.

El paro aumentaría exponencialmente en dejarse de fabricar muchos productos y derrumbaría las economías emergentes asiáticas. Tampoco tendríamos revistas del corazón, ni series de TV, ni nada de una enorme retahíla de cosas de las que disfrutamos ahora con naturalidad y de las que nos deberíamos acostumbrar a prescindir de ellos por fuerza, aspecto que en muchos de los casos quizá debería considerarse, y a la larga no sería tan malo, al contrario, moraríamos en el Jardín de Epicuro.