García Calvo no es sospechoso de simpatizar con el Opus ni fascistas dictatoriales al uso, lo digo porque de otra manera, desde otro ángulo, insistia uno en el mismo tema hace ya tiempo y le tacharon de lo que decía antes y otras cosas. No es utópico lo que reclamaba García Calvo, es la única salida para abandonar la Edad Media en la que aún estamos y de la que no saldremos mientras existan los Estados.

Es claro que esas cosas que el corazón y la razón están pidiendo, que el Dinero desaparezca de la faz de la tierra, que resucite el uso y amor de las cosas palpables en vez del dominio del Ideal que lo está matando, que, en vez de trabajar para hacer lo que está hecho, se dejen las manos y los entendimientos libres para hacer cosas, las que el deseo y la razón pidan, que, en vez de cumplir el Futuro fatal trazado desde lo Alto, se deje a la gente inventar caminos, que se deje vivir en la tierra gente en vez de Masas de Individuos contadas en unidades y cada unidad constituida en dinero puro, todo eso es imposible mientras siga teniéndose que contar con ideas como 'Japón', 'Alemania' o, para el caso, 'Galicia' o 'Tanzania', siempre formados sobre el mismo modelo del Estado, y se piense que aquellas deseables trasformaciones se refieren a los territorios y poblaciones dominados por ideas como ésas. Eso no tiene sentido ni decirlo.

La caída del Capital arrastra consigo la caída del Estado, y en la Sociedad del Bienestar más inevitablemente que en cualquier situación imaginable. Eso prueba hasta qué punto ha llegado en el Desarrollo el matrimonio y la identificación de lo uno con lo otro. Pero ¿a quién le hace falta que haya Francia? A Francia, indudablemente: no a la gente que rebulla por la orilla izquierda del Rin o por la cara Norte de los Pirineos; en todo caso, al Individuo ante su televisor o a la Masa en su estadio, que, al batir la marca el atleta revestido de la tricolor (importado acaso de Zanzíbar), gritan emocionados «¡Hemos batido la marca! ¡Hemos triunfado!» Pero ésos no son gente, sino Francia.

Hay que recordar, una y mil veces, que el deseo aquel de que el Dinero desaparezca y que vuelvan la vida y la razón común a gobernarnos, no tiene de utópico, de imposible en sí, ni pizca: con comunidades tan pequeñas que los vecinos puedan ser, sin votos ni representantes democráticos que valgan, los mismos que su administración y su gobierno, con el sencillo añadido de unas oficinas y redes de comunicaciones entre las comunidades del globo, las que de veras se necesiten, es bastante y está a la mano, de la manera más o menos que se enunciaba ya en el manifiesto de la comuna antinacionalista zamorana, que disfruta de la misma salud que el pueblo todo: que, como no existe, nunca muere.

Y sin embargo, hay que reconocerlo: aterra a las almas el imaginar la desaparición de España, de Irak, de Indonesia: mucha sangre inocente se ha vertido a lo largo de la Historia para sostener esas ideas (en formas más atrasadas de dominio, sacrificando rebaños de gente, mejor de la fresca y en flor de vida, que es la más peligrosa, cuando «el grito de PATRIA zumba», hasta que ya «no hay un puñado de tierra sin una tumba española»; y en formas más avanzadas del Mismo, condenando a muerte en vida a las poblaciones numeradas, ante el televisor, en el atasco de autos personales, en el estrépito de discotecas y de estadios), y esa cantidad de muerte que las Ideas han costado no puede menos de pesar sobre nuestras conciencias. Pero eso ¿va a servir para mantener el mismo Aparato que lo ha ejecutado? Más razonablemente, para aprender a decir así: «Cumplió el Imperio Romano sus funciones, y las cumplieron el Reino de Castilla y el de Aragón, y el Imperio Británico y la Independencia de Venezuela, para llegar a esto. Así tenía que ser, puesto que así ha sido. Pero eso es la Historia; y nosotros no estamos en la Historia, sino en esto.» Más aún: como la Administración está constituida contando con la idea de los Estados, hay que hacerse cargo de los enormes trastornos y dificultades que les esperan a los que quieran volverla a trasformar en la sencilla administración de las comunidades por la gente, no más Groenlandias Libres ni Europa Una y Grande, repitiendo, manteniendo y ampliando la Administración Estatal con diversos nombres, no más Gobierno desde el Centro y las Alturas, sino un mínimo gobierno desde abajo y según la norma de 'Cuanto menos, pues mejor'.

Es duro el cambio, sí; pero, a cambio, ¡el aliento de pensar el enorme ahorro que ello trae consigo, de tiempo, de energías, de mentiras!: sólo con imaginar el no tener que sostener más estos Ideales, ni el Futuro del Desarrollo ni la imagen de España por el mundo, sólo con calcular por lo bajo el ahorro de papeleo, de sueldo de Ejecutivos, de pantallazo de Ordenadores, de Congresos, de Aviones, de producción de noticias televisivas, a la gente se nos hace la boca agua.

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Agustín García Calvo