¿QUE PASA EN CATALUÑA?



Escribe Lluís Bosch en Mil Dimonis sobre Manuel Chaves Nogales, y entonces he recordado este escrito de hace 3 años que sigue perfectamente vigente. Por cierto, no creo que a Manuel Sánchez Nogales le gustara la ratafia.

¿QUE PASA EN CATALUÑA?

Publicaba ayer Fackel en su bloc 'la antorcha de Kraus' esta 'fabulilla' de Manuel Chaves Nogales sobre Catalunya, y más que la fábula me quedo con el análisis posterior de Chaves que me remite sospechosamente a los tiempos actuales en muchos de sus aspectos.

Cuando a los hombres de la derecha y del centro se les pide una explicación de lo que pasa en Cataluña le cuentan a uno un cuento. Es muy bonito, y algunos que yo me sé, deberían leerlo.

Dos aldeanos van de camino. Uno de ellos lleva del ronzal una vaca. Junto a una charca encuentran un sapo, que produce en el de la vaca un gesto de repugnancia. El otro aldeano, por llevar la contraria a su compañero, afirma entonces que el sapo es un animal como otro cualquiera, ni más ni menos repugnante que los demás seres vivos que a diario sirven de alimento al hombre. «¿Tú serías capaz de comerte un sapo?», arguye el de la vaca. «Me lo

comería si hubiera necesidad», contesta. Disputan estos compadres y al final, como no se ponen de acuerdo, apuestan. «Te doy la vaca si eres capaz de comerte el sapo.» La codicia y el amor propio fuerzan al aldeano a coger el sapo y comérselo, cerrando los ojos de asco y conteniendo las náuseas que le dan cuando quiere vencer la repugnancia que indudablemente siente. El
otro ve, acongojado, que su compadre es capaz, efectivamente, de tragarse el sapo, y ante el temor de quedarse sin la vaca que alegremente había apostado se aprovecha de las náuseas que el otro está pasando en aquellos instantes y le propone: «¿Me devuelves la vaca si soy capaz de comerme el medio sapo que te queda?». El comedor de sapos ve en esta oportunísima proposición 
un modo inmediato de librarse del tormento a que está sometido y alarga el pedazo de sapo que le queda a su compadre, quien cierra los ojos y se lo traga. Siguen su camino silencioso, los dos compadres. Al cabo de un rato se paran. Se miran frente a frente y se preguntan, estupefactos: «¿Y por qué nos habremos comido un sapo?».

Aunque las fábulas tienen mucho menos valor expresivo del que suele atribuírseles, hay que reconocer que esta fabulilla refleja bastante bien lo que ha pasado en Cataluña. ¿Por qué se han comido el sapo el aldeano de la derecha y el de la izquierda? Si ninguno de los dos era capaz de tragárselo entero y quedarse con la vaca, ¿por qué pasaron ambos por el mal trance? Si las izquierdas no querían lanzarse a una aventura revolucionaria —ya se ve hoy bien claro que no lo quieren—, ¿por qué la intentaron? Si las derechas no pretendían acabar con el régimen autonómico, ¿por qué fueron contra el? Ahora, después de haberse comido el sapo mitad por mitad, resulta que ni las derechas fueron capaces de acabar con el Estatuto ni las izquierdas quieren otra cosa que mantenerlo. La rebelión del 6 de octubre hubiera sido explicable si el señor Companys y los  hombres de la Esquerra hubiesen querido realmente hacer una revolución.
La política derechista que les sirvió de pretexto hubiese sido comprensible si la finalidad que perseguían era la extirpación del régimen autonómico. Resulta, en fin de cuentas, que derechas e izquierdas están de acuerdo en mantener el Estatuto. Ni la Esquerra quiere más ni la derecha menos. ¿Se puede saber entonces para qué se han comido el sapo de la reacción y la rebelión mitad por mitad?
Creo que es, sencillamente, una cuestión de mutua desconfianza. Ni Companys creía en el catalanismo de las derechas catalanas ni éstas tenían ninguna fe en la capacidad de gobernante de Companys y de sus hombres. «Los hombres de la Lliga nos entregaron atados de pies y manos al poder central, enemigo de Cataluña y de sus libertades», pensaron unos. «La Esquerra nos llevará con los ojos vendados a la revolución y al caos», pensaron los otros.
Ahora se ha visto que ni lo uno era verdad ni lo otro lo va a ser tampoco. Los gobernantes de la Esquerra vuelven a encargarse del poder con un claro designio conservador. Quizá les asuste la palabra, pero la considero inexcusable. Companys viene de presidio a conservar el régimen autonómico pactado con el poder central. Nada más. Viene a restaurar la normalidad, a mantener el orden, a favorecer con una política prudente el desenvolvimiento normal de las energías catalanas en un ambiente de paz.
Cuando algunos hombres de la Esquerra dicen que vienen a algo más no aciertan a decir exacta y concretamente qué es lo que ha de ser este algo más. Es sencillamente un difuso revolucionario, un arrastre sentimental de viejas rebeldías periclitadas, un no resignarse a reconocer que se ha pasado fatalmente al otro lado de la barricada, y éste es el único motivo de recelo que
las gentes sencillas que no son de la derecha ni de la izquierda pueden tener de los actuales gobernantes de Cataluña. Al conservador catalán le cuesta mucho trabajo resignarse a aceptar que el señor Companys y los hombres de la Esquerra sean «la línea de defensa de la burguesía». Utilizo en este momento las palabras textuales que, hablando íntimamente y sin autorizarme a publicar su nombre, me ha dicho uno de los hombres más representativos del conservadurismo catalán. Yo no sé si los hombres de la Esquerra en el fondo de su alma aceptan esta misión histórica de «línea de defensa de la burguesía» que el curso de los acontecimientos les ha impuesto a despecho de su formación, de su temperamento e incluso de su capacidad. Si no hubiese triunfado la República estos hombres hubieran sido durante toda su vida separatistas y revolucionarios, gente mesiánica e iluminada con una clara vocación de mártires. La instauración del régimen republicano, la concesión del Estatuto y su aplicación les obligan a ser otra cosa substancialmente distinta de la que por vocación y por temperamento quisieron ser y todavía hoy, después de la experiencia gubernamental por que pasaron, les sigue repugnando el reconocimiento de su nueva naturaleza. Ésta es la situación espiritual en que se encuentran los hombres que Cataluña ha puesto triunfalmente en el poder. Sería injusto, sin embargo, suponer que han de reincidir en las fallas y errores de su primera experiencia gubernamental. La noche del 6 de octubre debió de servir al señor Companys para saber exactamente cuál era el verdadero valor de aquellos núcleos demagógicos que le alentaron a la rebeldía. La Esquerra, después de aquella triste experiencia, se ha purgado de muchos resabios revolucionarios. Los fermentos subversivos que antes contenía en disolución han sido eliminados merced a la derrota. Todo aquel aparato demagógico de los escamots, que la fuerza pública desbarató de un cintarazo, no reaparecerá. Dencás y Badín, eliminados, 41 no darán ahora al poder esa versión demagógica y, en última instancia, fascistizante que les daban las improvisadas y frívolas milicias, en las que por un momento se creyó podía asentarse cómodamente el Gobierno de Cataluña. No queda más que una verdad; el sentimiento republicano autonomista e izquierdista del pueblo catalán, que ha llevado al triunfo a los hombres de la Esquerra. ¿Podrán éstos responder a lo que el pueblo catalán les pide al ponerse en sus manos? Políticamente no parece que exista divorcio entre la voluntad de la gran masa y sus hombres representativos. En lo que se refiere a la cuestión social, es ya otra cosa muy distinta. Procuraremos entenderla y explicarla. Sin fabulillas. La cosa es más grave. 


Manuel Chaves Nogales
¿Qué pasa en Cataluña?
Barcelona, 27 de febrero. 
(Ahora. Madrid, 29-2-1936)
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