Esta primavera se cumplirá un lustro del comienzo de la crisis de gestión del refugio en las fronteras europeas. Entonces la Unión Europea no fue capaz de dar una respuesta basada en derechos al drama humanitario que estaba sucediendo en su propio territorio. Europa decidió mirar hacia otro lado. Se escucharon los cantos de sirenas que propusieron la firma de un acuerdo mediante el cual, a cambio de una buena suma de dinero, Turquía se ofrecía a contener los flujos migratorios procedentes del conflicto sirio. Este acuerdo, tal como advirtieron en su momento las organizaciones de derechos humanos, aunque redujo el número de llegadas a través del mar Egeo. Europa miró hacia otro lado, sólo se fijó en los fríos números y pensó que este proceso de externalización fronterizo había sido una gran idea.
Turquía, o mejor dicho, su presidente Erdogan, decidió, como era de esperar, utilizar como arma geopolítica en toda esta población que quiere escapar de un conflicto que ya dura demasiado en Siria. Su apelación a la ausencia de apoyo en la región por parte de sus aliados de la OTAN es su argumento. Es curioso, si no fuera tan dramático, que en una época de sofisticación tecnológica, de guerras híbridas y posmodernas, estemos siendo testigos de la utilización de una de las armas más poderosas, las poblaciones, como elemento de presión política, tan antigua como el mundo.
Con la excusa de la llegada de refugiados sirios, Erdogan ha abierto la frontera con Grecia, la policía griega reforzó ayer sus efectivos al otro lado de la reja y repelió con gases lacrimógenos e incluso disparos al aire los sucesivos intentos de asalto, por parte de hombres jóvenes de nacionalidad afgana, paquistaní, iraní o iraquí, entre otros. Mientras, grupos de ultras griegos atacan las lanchas, con la intención de romper el motor, verter toda la gasolina en la mar, pinchar la embarcación o remolcarla hasta aguas turcas. "Les apuntan con pistolas, vestidos con uniformes negros. A veces por la noche y a veces a plena luz del día", relata a 'El Mundo' Eva Cosse, la autora del informe de Human Rights Watch. Amnistía Internacional también ha documentado situaciones muy similares en la frontera de Evros.
Lo más sorprendente e indignante de lo que estamos siendo testigos son las medidas que están adoptando algunos de los países europeos en relación con esta nueva crisis humanitaria. Lejos de revertir la dinámica de externalización, criminalización y militarización de las políticas migratorias, ahora se suman la utilización del derecho comunitario para negar el derecho de asilo. Grecia ha sido el primero en suspender el asilo, pero no será el último, ya que Bruselas le ha apoyado sin fisuras. Si había miedo a una ola iliberal en Europa, sin duda, esto le da aún más alas. Una vez más, Europa ha traicionado sus principios, esta Europa que tanto alaban Puigdemont y Comín quizá por qué les conviene, es cómplice de los asesinatos de migrantes que se están produciendo en las costas de Grecia y Turquía. Como decía Llach en Campanadas a muerte: Asesinos de razones, de vidas, Que nunca tengáis reposo en ninguno de vuestros días. Y que en la muerte os persigan nuestras memorias.
Turquía, o mejor dicho, su presidente Erdogan, decidió, como era de esperar, utilizar como arma geopolítica en toda esta población que quiere escapar de un conflicto que ya dura demasiado en Siria. Su apelación a la ausencia de apoyo en la región por parte de sus aliados de la OTAN es su argumento. Es curioso, si no fuera tan dramático, que en una época de sofisticación tecnológica, de guerras híbridas y posmodernas, estemos siendo testigos de la utilización de una de las armas más poderosas, las poblaciones, como elemento de presión política, tan antigua como el mundo.
Con la excusa de la llegada de refugiados sirios, Erdogan ha abierto la frontera con Grecia, la policía griega reforzó ayer sus efectivos al otro lado de la reja y repelió con gases lacrimógenos e incluso disparos al aire los sucesivos intentos de asalto, por parte de hombres jóvenes de nacionalidad afgana, paquistaní, iraní o iraquí, entre otros. Mientras, grupos de ultras griegos atacan las lanchas, con la intención de romper el motor, verter toda la gasolina en la mar, pinchar la embarcación o remolcarla hasta aguas turcas. "Les apuntan con pistolas, vestidos con uniformes negros. A veces por la noche y a veces a plena luz del día", relata a 'El Mundo' Eva Cosse, la autora del informe de Human Rights Watch. Amnistía Internacional también ha documentado situaciones muy similares en la frontera de Evros.
Lo más sorprendente e indignante de lo que estamos siendo testigos son las medidas que están adoptando algunos de los países europeos en relación con esta nueva crisis humanitaria. Lejos de revertir la dinámica de externalización, criminalización y militarización de las políticas migratorias, ahora se suman la utilización del derecho comunitario para negar el derecho de asilo. Grecia ha sido el primero en suspender el asilo, pero no será el último, ya que Bruselas le ha apoyado sin fisuras. Si había miedo a una ola iliberal en Europa, sin duda, esto le da aún más alas. Una vez más, Europa ha traicionado sus principios, esta Europa que tanto alaban Puigdemont y Comín quizá por qué les conviene, es cómplice de los asesinatos de migrantes que se están produciendo en las costas de Grecia y Turquía. Como decía Llach en Campanadas a muerte: Asesinos de razones, de vidas, Que nunca tengáis reposo en ninguno de vuestros días. Y que en la muerte os persigan nuestras memorias.
Malos tiempos estos que estamos viviendo. Y nos queda lo peor.
ResponderEliminarSaludos.