Desde hace unos años, Occidente parece estar aguardando el apocalipsis. El ataque a las Torres Gemelas, el yihadismo, la crisis económica del 2007, las grandes migraciones, las transiciones energética y robótica, la ascensión de China y el calentamiento global conforman una atmósfera de final de civilización. 
Siempre he pensado que nuestra especie no se merece un final digno como tal, nada grandilocuente como luchar contra alienígenas que nos quieren destruir, o contra fenómenos naturales como tsunamis, grandes terremotos, atentados terroristas a gran escala o apocalipsis por el estilo que cada dos por tres nos anuncian el fin del mundo. ¡No! nuestro fin como especie debe ser miserable, ridículo y a poder ser patético, un ínfimo virus, algún error humano tonto.
La prueba la tenemos en el coronavirus que confirma esta apreciación. Paradójicamente, tenemos la suerte de vivir en la época más segura y avanzada de la historia. Quizás por eso nos embarga el miedo. Miedo a perderlo todo. Los estados son débiles para hacer frente a los retos globales y, por consiguiente, no consiguen frenar el miedo. Pero, ojo, no hay que confundirse: el verdadero enemigo no es el coronavirus, sino la histeria. Si triunfa el miedo, el gran perdedor será la democracia, pues el modelo chino aparecerá a los ojos de todo el mundo como el único fiable. Y después de la histeria colectiva, vendrá la dictadura global global. que de hecho ya comenzó a partir de los atentados del l'11-S, cuando empezaron las restricciones de libertades a los ciudadanos.

Conste que Alaska y los pegamoides ya nos habian avisado en "horror en el hipermercado" de esta histeria colectiva que está vaciando los supermercados.