Si alguna novela es universal y conocida en todo el mundo es sin duda el Quijote de Cervantes. En El Quijote se suceden las aventuras más variopintas y extravagantes, pero predomina la conversación, que es el núcleo de la novela. A veces los dos protagonistas se pelean, pero siempre se respetan. Se aconsejan, se critican, se consuelan. El materialismo rústico de uno contrasta con el idealismo caballeresco del otro. Los delirios del lector de libros fantasiosos encuentran contrapunto en la cebolla, el queso y los mendrugos de pan del labriego. Sus miradas son opuestas. A menudo discuten con gran ardor. Pero siempre se escuchan.
Se dice que El Quijote es la quintaesencia de la cultura española, pero la virtud de escuchar y aprender unos de otros no parece representativa de una tradición tan intransigente. No es Cervantes el padre de la cultura española, sino el formidable caricaturista Quevedo. No se necesitan orejas en España. ¿Conversación, diálogo? Impera el monólogo. Solo abrimos la boca para caricaturizar y degradar. Para ridiculizar verbalmente a aquel que no piensa, no vive o no siente como uno.
Ahora hemos dado un paso más hacia la degradación de nuestras relaciones, lo explica Sergi Pàmies en su artículo de la vanguardia:
"Fiel a la tradición de aceptar morralla como animal informativo de compañía, el verano del 2020 no es una excepción. Después de los insultos que recibió durante sus vacaciones, el vicepresidente Pablo Iglesias habló de ello en la Ser. En el archivo de la cadena, la entrevista se resume con un titular que condensa el prurito combativo de Iglesias: “Su odio no frenará nuestro trabajo”. Y a continuación se anuncia que el vicepresidente “habla sobre los insultos recibidos durante sus vacaciones”. Antes y después de escuchar la entrevista, intuyes que los practicantes del odio espontáneo u organizado han logrado su objetivo. Le han fastidiado las vacaciones y, además, han sentado un precedente reconvertido en argumento para los que equiparan el incidente con los escraches, irresponsablemente aplaudidos por el partido de Iglesias.
Este odio transformado en gasolina mediática es como un animal mitológico: policéfalo pero sin demasiado cerebro y con una gran capacidad para la inflamación destructiva. Algunos medios de comunicación franceses lo llaman fachosphère , la esfera masivamente anónima que acompaña el filofascismo expresado a través de redes sociales e internet. Es una etiqueta que, basada en hechos reales, se refiere a la parte profesionalizada del odio. Un odio instituido como método para envenenar la potabilidad de las certezas y controlar la difamación.
Recientemente se ha anunciado un documental dirigido por David Smick, sobre la epidemia de odio que ha influido en los grandes acontecimientos –Trump incluido– del país. Se titula Stars and strife y se estrenará en la plataforma Starz el 21 de septiembre. Y a veces el odio se recicla y sirve para medir el acierto, la valentía o la necesidad de determinadas actitudes o reflexiones. Lo decía Henry James: “Un periodista no puede aspirar a hacer el bien sin atraer una buena dosis de odio”.
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