💬Original de Paula Vicenti -

La sociedad distraída no es la que en principio se distrae con cualquier cosa, sino aquella que se ve acosada con los falsos debates y litigios políticos y sociales que la política utiliza para distraerla. Un conductor distraído puede acabar provocando un accidente, mientras que una sociedad distraída nunca acaba de ser plenamente consciente del accidente en el que está envuelta o a punto de verse implicada. - Fèlix Riera

Parece que la era digital empieza a mostrarnos una cara oculta y es que toda la información a nuestro alcance a través de múltiples dispositivos a cualquier hora del día y de la noche y desde cualquier lugar nos está pasando factura. ¿Y si tener el mundo en el bolsillo no nos está haciendo mejores ni más sabios? Surgen voces de alarma que el teléfono inteligente, esta arma poderosa de información masiva, se está volviendo en nuestra contra para convertirse en un arma de distracción masiva. Estas son las señales:

Nos cuesta más concentrarnos. Tanto nos estamos acostumbrando a hacer dos cosas a la vez que nuestra atención se ha vuelto micro y nuestra mente dispersa. El precio es alto: nos cuesta mantener no sólo la atención sino la acción en cada tarea. Vamos "de oca en oca", sin poner conciencia, con una atención demasiado predispuesta a abandonar el barco a las primeras de cambio.

No recordamos nada. Los motores de búsqueda están tan omnipresentes en nuestra vida que parece que ya no hiciera falta recordar o aprender nada porque todo lo podemos encontrar en Internet, que basta con saber dónde y cómo acceder a la información. Algunos lo llaman "efecto Google".

Tememos perdernos algo. El miedo social a ser excluidos, a saber que nuestros colegas hacen algo que nosotros no, siempre ha existido. Pero parece que hoy el Fomoré (Fear of Missing Out) se multiplica. Smartphones y RR. SS. en todos los bolsillos hacen que tres de cada diez personas tengan la sensación de que su vida es mucho menos interesante que la de sus conocidos, que se están perdiendo algo. Así que al clásico consumo aspiracional de querer lo que no tenemos se suma ahora la angustia de no poder disfrutar de lo que estamos haciendo para que al mismo tiempo sabemos que algo nos estamos perdiendo.

La química rema en contra nuestro. El cerebro, que se mueve por el estímulo y la novedad, es un auténtico monstruo de las galletas de información. Busca desesperadamente estar conectado. Y, por si fuera poco, vive de la gratificación. Hay estudios que relacionan nuestra tendencia a revisar compulsivamente el correo electrónico y las redes sociales con la adicción a las máquinas tragaperras. Es la expectativa de obtener una gratificación lo que hace que miramos nuestro móvil entre 80 y 110 veces en el día!

Estamos diseñados para distraernos. Poder estar atentos a cualquier estímulo garantiza nuestra supervivencia como especie. El problema es que la velocidad de los estímulos crece sin parar porque en la era digital todo se ha acelerado. Sin embargo, la atención es algo difícilmente divisible. Dicen los expertos en neurociencia que sólo podemos hacer bien ambas cosas cuando una de ellas se puede automatizar. O sea, que no es posible hablar y escribir simultáneamente en condiciones para que ambas actividades implican un esfuerzo cognitivo. Lo que pasa, aunque no lo parezca, es que repartimos alternativamente la atención entre las dos.

La buena noticia es que hay remedio: la dificultad para centrarnos es reversible. Dado que el cerebro tiene una gran capacidad para reeducarse, podemos mejorar con entrenamiento. Ya hay técnicas de desconexión digital y de gestión de la atención. Siempre es posible silenciar el móvil o quitarlo de en medio cuando nos sentemos a leer. Se puede cerrar el correo electrónico mientras elaboramos el plan de marketing o obligarnos a no abrir enlaces en más de cinco pestañas a la vez ... Podemos hacerlo como mejor nos venga, pero seamos conscientes de que nuestro cerebro tiene un límite de atención.