DOS MÁS DOS SON CINCO




Durante la tortura a la que Winston Smith fue sometido en 1984, de George Orwell, el interrogador O’Brien levanta cuatro dedos y le exige a Winston que le diga sinceramente que hay cinco. O’Brien no se dará por satisfecho con una mentira arrancada bajo presión. Quiere que Smith vea cinco dedos. El interrogatorio es largo y angustioso.

-Aprendes muy despacio, Winston -dijo O’Brien con suavidad.
-¿Cómo puedo evitarlo? –balbuceó-. ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante mis ojos? Dos y dos son cuatro.
-A veces, Winston. A veces son cinco. A veces son tres. A veces son todos al mismo tiempo. Tienes que esforzarte más. No es fácil recobrar la razón.

Smith es sometido a más tortura, pero no como castigo, según explica O’Brien. En otros tiempos los inquisidores obligaban a aquéllos que torturaban a confesar, pero nadie creía esas confesiones, ni quienes las realizaban ni los otros. Con el tiempo quienes habían sido torturados llegaban a ser venerados como mártires, y los torturadores denigrados como déspotas. O’Brien le explica a Winston cuánto se ha progresado desde entonces:

Nosotros no cometemos esa clase de errores. Todas las confesiones que se pronuncian aquí son verdaderas. Nosotros hacemos que sean verdaderas. Y, sobre todo, no permitimos que los muertos se levanten contra nosotros. Debes dejar de imaginar que la posteridad te reivindicará, Winston. La posteridad nunca sabrá de ti. Desaparecerás por completo de la corriente histórica. Te convertiremos en gas y te tiraremos a la estratosfera. De ti no quedará nada: ni un nombre en un papel ni tu recuerdo en un ser vivo. Serás aniquilado tanto en el pasado como en el futuro. Nunca habrás existido.

Smith debe llegar a ver cinco dedos siempre que se lo exijan, pero debe hacerlo libremente:

O’Brien sonrió levemente y prosiguió [...]. «Tú, Winston, eres un desperfecto en el patrón. Eres una mancha que debemos borrar. ¿No te he dicho que somos diferentes de los martirizadores del pasado? No nos contentamos con una obediencia negativa, ni siquiera con la sumisión más abyecta. Cuando acabes por rendirte a nosotros, será por voluntad propia».

Winston había escrito en su diario: «La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro». El objetivo de O’Brien es que Winston acepte que dos y dos son cinco. En cuanto Winston lo vea como una verdad, estará salvado....

y Winston finalmente se rindió...

"La voz de la telepantalla todavía estaba vertiendo información sobre prisioneros, botines, matanzas, pero el griterío exterior se había reducido un poco. Los camareros habían vuelto al trabajo. Uno de ellos se acercó a él con una botella de ginebra. Winston, sentado en medio de un sueño de bienaventuranza, ni se fijó, que le estaban llenando de nuevo el vaso. Ya no corría ni gritaba entusiasmado. Había vuelto al Ministerio del Amor, se lo habían perdonado todo y ahora tenía el alma blanca como la nieve. Estaba en el banquillo de los acusados, lo confesaba todo y implicaba todos. Más tarde estaba caminando por un corredor revestido de ladrillo blanco, tenía la sensación de caminar bajo los rayos del sol, con un guardia armado detrás suyo. La bala tanto tiempo esperada le entraba por el cerebro.
Levantó la mirada hacia aquel rostro enorme. Le había costado cuarenta años aprender qué tipo de sonrisa se escondía detrás del bigote oscuro. Qué malentendido tan cruel e innecesario!. Qué exilio tan terco como obstinado, lejos del pecho amoroso!. Dos lágrimas perfumadas de ginebra se deslizaron a ambos lados de la nariz. Pero ahora ya estaba todo bien, todo era correcto, la lucha había terminado. Había obtenido la victoria sobre sí mismo. Amaba el Gran Hermano".


El poder no es un medio; es un fin. Uno no establece una dictadura para salvaguardar una revolución; Se hace la revolución para establecer la dictadura. - George Orwell.



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