¿CRISIS?, ¿QUÉ CRISIS?




El arranque del invierno del descontento británico de 1978-1979 fue la respuesta, apócrifamente atribuida al laborista James Callaghan, a la pregunta sobre cómo afrontaría la caótica situación que vivía el país. Un sensacionalista diario londinense la resumió en un famoso titular ( “¿Crisis?, ¿qué crisis?”) que, aunque pertenecía a un disco de Supertrump (1975), hizo fortuna porque resumía el distanciamiento del gobierno de las preocupaciones callejeras . Algo parecido ocurre hoy aquí.

Esperamos que se reconduzca la situación. Pero los signos no son alentadores: en caso de estar preocupados por la pérdida de poder adquisitivo, hemos pasado a angustiarnos por el impacto de las alzas de precios en empresas siderúrgicas, de materiales de construcción o del textil, obligadas a cerrar , temporalmente o de forma definitiva, partes de su actividad. Y ahora esta tensión sobre los costes se ha trasladado a sectores productivos mucho más cercanos a los ciudadanos: transporte por carretera o producción agrícola, cárnica o pesquera. En todos estos sectores, lo que se percibe asusta: se amarra la flota de profundidad por no incurrir en pérdidas; los transportistas de pequeño tamaño, y ahora también empresas de mayor envergadura, paran por los mismos motivos. Y los empresarios agrícolas y ganaderos se enfrentan a una tormenta perfecta: no sólo son las alzas de la energía, sino que los aumentos en el coste de muchos de sus inputs (de cereales a soja, de piensos a fertilizantes u otros productos) comprimen tan sustancialmente sus márgenes que emerge el fantasma del cierre de explotaciones. En el ámbito cárnico esta crisis recuerda la de los primeros años setenta, cuando la repentina caída de las exportaciones de boquerón de Perú (entonces, pienso esencial para la ganadería) y las brutales alzas de productos sustitutivos (maíz o soja, por ejemplo), todas cercanas al 400%, comportaron sustanciales reducciones de la cabaña ganadera.

Se empieza a visualizar el canal que transita de la inflación a la recesión: disminución de la demanda interna (por pérdida de poder adquisitivo) y de la oferta (por alza de costes que expulsan a empresas poco competitivas, obligando a las que resisten a reducir su producción). En los años setenta y ochenta la intensidad y duración del choque energético y del de otras materias primas mantuvo la inflación muy elevada y afectó gravemente a la capacidad competitiva: lo que entonces se denominó stangflation.

Hoy todavía no estamos en una situación similar. Pero si los gobiernos, central y autonómicos, no diseñan una política de rentas pactada que redistribuya los costes de esta crisis, temo la ola de descontento que se apunta: porque emerge cuando deberíamos redefinir el modelo energético y productivo y reducir deuda público. Los deberes que debe afrontar el país necesitan, más allá del 2022, toda la concertación posible. - Josep Oliver Alonso -  lavanguardia.com.

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