Las imágenes no valen más que mil palabras, pero van directas al corazón. Y como apuntaba Susan Sontag, el enfoque determinará su interpretación. El soporte también: en el timeline se alternan vídeos de ciudades arrasadas y testimonios desoladores con la promoción de novedades editoriales y gráficos de la subida de luz y gas. El cerebro procesa una información infinita y fugaz, emocionalmente contradictoria, sin coherencia argumental. Incapaces de asimilarlo, optamos por la simplificación o la desconexión. Eso equivale al inmovilismo. Ignoramos qué hacer más allá de poner un mensajito de ánimo con un corazón.
Lo publicado, aun siendo personal, es público, y a la vez, una representación. La superficialidad de aceptar como válido lo primero que sentimos exige una constante renovación de estímulos. Otros caen en la frivolidad de actuar como si estuviéramos en los opulentos años noventa. Y así, en una guerra real, el máximo representante de la diplomacia europea nos pide que bajemos la calefacción, mientras un dirigente imita al personaje de ficción cuya popularidad lo llevó a ganar unas elecciones. - La era de la confusión - Llucia Ramis.
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