LA MANCHA DE SU ROSTRO



La ultraderecha es experta en deshumanizar al adversario. Lo simplifica, lo deforma, lo excluye y lo silencia - Emma Riverola.

Nazi. Sí, nazi. Vamos, vuélvelo a repetir. Una vez y otra. Hasta que la mancha cubra su rostro, el cuerpo entero y todo lo que se mueve a su alrededor. Si huele una flor, que se pudra cada pétalo. Si toma asiento, que alguien lo desinfecte. Si lee un libro, prohibamos el título. Todo para preservar nuestra pureza. Que nada mancille la inmaculada concepción de nosotros mismos.  

Basta un paseo por las redes para encontrar justificaciones delirantes de la invasión rusa por la presencia de nazis y grupos de ultraderecha en las calles de Ucrania. Si tenemos en cuenta que en sus últimas elecciones legislativas (2019), la lista conjunta de partidos de la derecha radical no consiguió representación y Svoboda (ultradederecha) pasó de 5 a 1 escaño, ¿cuántas bombas le tocarían a España por los 52 diputados de Vox? 

Se han descalificado las protestas del transporte señalando el apoyo de Vox. ¿Basta la posición de la ultraderecha en un conflicto para deslegitimarlo? ¿Yerran los de Abascal cuando señalan las dificultades de los autónomos, los transportistas, los ganadores o los agricultores? Si algo sabe la ultraderecha es apropiarse de los problemas. Otra cosa son las soluciones que aporta. Y, peor todavía, su manipulación del escenario. El problema de fondo es real, deslegitimarlo por la mancha de Vox solo da más fuerza a la ultraderecha. Refuerza su atractivo como expresión de protesta, de rebeldía. Y ahí está el incremento del voto más joven. 

Nazi. O facha. O independentista. O unionista. O terf. O queer… Las etiquetas se multiplican a nuestro alrededor. Manchas y más manchas que brotan con una fuerza inusitada y crean nuevas trincheras. En Catalunya hemos visto cómo bastaron unos pocos años para difuminar los rostros. ¿Cómo podía ser que él no lo viera, que ella no sintiera lo mismo que yo? Ese interrogante viajó a un lado y otro de las trincheras. El aire se llenó de desconcierto. Después, de incomprensión. También de odio. Diez años de toxicidad y la atmósfera aún anda cargada. Siempre hay quien sigue cavando. A un lado y a otro. Demasiados encontraron en la artillería un reconocimiento inesperado. Ay, los estipendios. Ay, la vanidad.  

El feminismo ha necesitado menos tiempo para quebrase. La ley trans ha actuado como un estilete y la disensión se ha convertido en obsesión para algunas. El grado de polarización ha alcanzado una virulencia extraordinaria y ha llevado a antiguas compañeras de trinchera a posicionarse en bandos distintos. Y qué absurdo es todo. 

Sí, qué absurdo es tapar los oídos, cegar los ojos para reducir al adversario a una borradura. Qué fácil es el mundo en blanco y negro. La parodia funciona, hasta que un día descubres a tu amigo, tu vecino o tu hijo votando a Vox. Y resulta que, entonces, los miles de argumentos disponibles para rebatir cada una de las mentiras llegan demasiado tarde. Porque ya es tu rostro el que está cubierto por la sombra.  

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