AIRE NUESTRO, DE CADA DÍA


Al principio parecía un error, un enorme gazapo del encargado de rotular. ¡Pobre becario, seguro que le cae una buena! Pero volvía a aparecer en pantalla: “El 99% de la población mundial respira aire contaminado, según la ONU”. Es decir, que apenas el 1% de los habitantes del planeta respira dentro de los límites establecidos como saludables.

Antes el aire era gratis, de las pocas cosas que podían lucir las familias pobres. Tenías la gripe y tu madre abría los portalones del balcón de par en par para regenerar la leonera; el fin de semana os plantabais en la playa y el abuelo, respirando profundo, instaba a la prole: “¡Respirad yodo, respirad hondo!”. En la escuela, la actividad deportiva más casera consistía en la terrible tabla de ejercicios de gimnasia sueca –“inspiraaaaa, espiraaa”– hasta llenarte los pulmones a reventar del benefactor elemento. Pasaron los años y apareció en nuestras vidas el Pranayama, que, más o menos, venía a ser lo mismo. Cualquier miedo, dolor o fobia podía domesticarse con una buena respiración diafragmática. El aire era poderoso. Los seguidores de la escuela Rinzai invitan a prolongar la respiración lo máximo posible mientras llevas tu atención varios centímetros por debajo del ombligo. Para Éric Rommeluère, el maestro budista francés, “una respiración corta es un desperdicio”. Núria Escur - lavanguardia.

Lo mejorcito del confinamiento también fue que te despertara un pájaro en plena Gran Via y bajara el nivel de contaminación en tu calle. Ahora, ya nos han avisado, a trabajar (el 2025 es el año del “pico mundial” de CO2) para evitar una catástrofe climática. Avisados estamos, aunque por lo que se puede intuir, veo que acabaremos pagando por el aire como en la película  australiana 2067, donde el cambio climático ha provocado la necesidad de emplear oxígeno artificial para que los ciudadanos puedan respirar. Parece que las distopias se nos están acercando demasiado en el tiempo, o quizás sea que las distopias son los bárbaros de Kavafis, aunque me temo que los bárbaros somos nosotros.

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