Vivimos consecuencias de procesos observados y de previsiones establecidas desde hace tiempo. Pero rechazadas porque afectaban intereses y valores de quienes podían decidir cambiar el curso de los acontecimientos. La especulación financiera autodestructiva fue el resultado de un capitalismo fuera de control impulsado por una ideología que extiende a la sociedad la lógica del mercado. Los científicos han demostrado causas y consecuencias ecosistémicas de un modelo productivo y de consumo al que nos aferramos. Varias epidemias habían avisado sobre el peligro de pandemias ante la incapacidad de una salud pública desatendida en una era de redes globales de contacto y por tanto de contagio. Los partidos políticos con decreciente apoyo social se encastillaron en su rechazo a los movimientos sociales y a las nuevas generaciones. Llegando incluso a apartar a sus líderes mas clarividentes.
Y la guerra de Ucrania se lleva gestando desde el 2014 sin que apenas nos preocupáramos, excepto Putin, que se preparó para materializar sus sueños imperiales. Mientras ese mítico Occidente (que representa un 10% de la población mundial) nos seguimos contando historias del aislamiento del dictador Putin, a pesar de que los gobiernos de más del 50% no apoyan las sanciones. Más aún: en medio de estas crisis nos desgarramos, antivacunas, negacionistas ecológicos, intereses de partido antes que interés común, insultos en vez de debates, cada uno a lo suyo, mi libertad primero. Estamos en una economía de guerra y por tanto de crisis energética y por tanto de inflación. Y en lugar de ayudarnos, algunos paran el transporte sin esperar a tratar la raíz del problema. Y de lo mío qué, aquí y ahora. Aunque la mayoría de la gente son solidarios, acogen refugiados, se apañan como pueden. Y esperan. Resiliencia y esperanza. Por eso no estamos en el apocalipsis. Aún. - Manuel Castells
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