Las redes sociales pueden acabar con la práctica del matiz, y de la duda, sinó lo han conseguido ya, creando una comunicación funcional, triste y aburrida. La palabra ha sido sustituida por el teclado y la pantalla, nuevos tiempos y otro ritmo vital y emocional. La mueca de la desaprobación como respuesta al debate y al diálogo. Y el grito, un grito alejado del desesperado de Munch. La controversia seria y sensible por la charlatanería de un nuevo idioma, áspero, funcional y escueto, creado para la comunicación de la rapidez. Eso es el lenguaje contemporáneo. Parece que no estamos para perder el tiempo, todo se radicaliza y por eso hablamos y escribimos como si lanzáramos consignas, o eslóganes. Moverse por los extremos no solo comporta un caos ideológico, el populismo y una sinrazón que solo podría acabar bien matizando. Con la cadencia de una conversación al ritmo marcado y puntuado por los signos ortográficos. Con la pausa suave de las comas, con la invitación a seguir de los puntos suspensivos. O el interés por saber lo que indican los signos de interrogación. La sabiduría está debajo de la piel de las palabras. Donde los matices se manifiestan en todo su esplendor. Pero nos hemos olvidado de matizar, eso es de antes, de cuando escuchábamos, de cuando dialogábamos, de manera calmada, tranquila, en la mesa del café, el sofá de casa, en la sobremesa, o cuando sacábamos en verano las sillas a la calle; de cuando contrastábamos la información, o rebatíamos de manera más o menos tranquila a nuestro oponente, que a su vez hacia lo mismo con nosotros. De cuando aún no éramos más que unos pobres transeúntes idiotizados que han olvidado la importancia de matizar, del uso de la palabra.