La epidemia de la ocupación de viviendas necesitaba la conjunción de varias desgracias para hacerse real. Una es la cobertura, primero moral y posteriormente legal, que los dirigentes políticos han proporcionado al caradura y al amigo de lo ajeno con la excusa de la pobreza y el problema real del acceso a la vivienda. Pero siendo la dejadez e irresponsabilidad política un elemento central de la ecuación, no es ni por asomo el más importante.
Lo que de verdad necesita la ocupación para funcionar a pleno pulmón es la degradación del sentir comunitario de las escaleras de vecinos. Requiere que cada celda de la colmena empiece y acabe en ella misma. Exige que la gente suba al ascensor con los auriculares puestos y mirando al suelo para ahorrarse, en el colmo de la cicatería, hasta los buenos días y el manido comentario sobre el tiempo. El ocupa profesional trabaja bien en entornos en los que nadie se entera de que ha fallecido el vecino del primero cuarta porque ese señor no le importaba a nadie un comino. Meterse en casa ajena es más fácil en los sitios en los que no se comparte la sal ni el aceite con quien vive pared con pared. Cuando cada vecino considera que los únicos problemas que cuentan son los que empiezan y acaban en su propio za- guán, la ocupación lleva siempre las de ganar.
Un hombre de 80 años que se encara a quien le está quitando lo suyo se merece una medalla. El padre octogenario y su hijo detenidos en Calella por intentar recuperar su vivienda a la fuerza después de tres ocupaciones, y tras haber acudido a la policía para pedir ayuda, son el último ejemplo mediático de esta pandemia de desprecio a la propiedad privada. Un hombre de ochenta años que entra en su casa reventando la puerta y se encara a quien le está quitando lo suyo, lo que merece es una medalla o un homenaje, o las dos cosas a la vez. No una detención y un posterior juicio. Y merecía, sobre todo, que un ejército de vecinos voluntarios hubiera irrumpido junto a él en su casa para asegurarle la victoria en el desalojo. Después, llegado el caso, ante las preguntas de policías y jueces sobre quién era el culpable de haber echado a la calle sin miramientos al pobre ocupa, la respuesta debiera ser la de Lope: ¡Fuenteovejuna, señor! ¡Todos a una! Solidaridad vecinal. Esa y no otra es la mejor y más efectiva alarma contra los ocupas. Lástima que esté descatalogada y solo se sirva con cuentagotas. - Josep Martí Blanch - lavanguardia.
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