LA TERMINAL, UNA HISTORIA VERDADERA



El refugiado iraní Mehran Karimi Nasseri, conocido por haber vivido más de 18 años en el aeropuerto Roissy-Charles de Gaulle de París, falleció este sábado en estas mismas instalaciones. Su historia es altamente conocida por haber sido llevada a la gran pantalla con la película La Terminal, dirigida por Steven Spielberg. Tom Hanks interpretaba al refugiado, en una historia que versionaba ligeramente la de Karimi Nasseri.

En 2004 el aclamado director Steven Spilberg unió fuerzas con el actor Tom Hanks para llevar a la pantalla grande la insólita historia de un hombre que se quedaba atascado en la terminal del aeropuerto Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, de Nova York, durante un año, mientras libraba una batalla diplomática para poder entrar en el país.

En aquella historia, el personaje de Hanks, Viktor Navorski, provenía de un país ficticio llamado Krakozhia, que a causa de un golpe de Estado había dejado de ser reconocido por Estados Unidos, dejando al hombre sin una ciudadanía efectiva.

Aunque los detalles del guión fueron construidos desde la ficción, la historia que dio origen a la trama estaba lejos de ser ficticia, por el contrario, tomó una inspiración muy real, el caso de Mehran Karimi Nasseri, más conocido como Sir Alfred, un refugiado iraní que para el tiempo del estreno de la Terminal, llevaba 16 años viviendo en el aeropuerto de París-Charles de Gaulle.

Como sostenía que era británico, por una supuesta madre escocesa que nadie nunca encontró, Nasseri se autodenominó “Alfred” e insistía en que todos le dijeran “Sir”, una muestra de cortesía entre los ciudadanos del Reino Unido que acababa añadiendo aún más misterio a ese particular personaje.

Entre 1988 y 2006, Alfred se confundía con cualquier otro pasajero esperando un vuelo pacientemente en un banco de la Terminal 1 del aeropuerto de París, con su equipaje ordenado a su lado, un café y un diario. Pero a diferencia de otros pasajeros, éste quiere que esperaba, y que soñaba con que le llevaría finalmente al Reino Unido, nunca se dio.

La historia de cómo llegó Mehran Karimi Nasseri a convertirse en el ocupante más longevo del aeropuerto de la capital francesa se remonta a sus orígenes misteriosos, los cuales han sido construidos a partir de decenas de notas de prensa son escritos sobre este personaje. En cada una, Sir Alfred entrega una historia levemente distinta, pero el consenso indica que su país de origen es Irán.

La peregrinación que llevó a Alfred al aeropuerto de París comenzó en 1972, cuando tras la muerte de su padre médico la familia le dio la noticia de que era hijo ilegítimo. Su verdadera madre era, de hecho, escocesa, o al menos así lo sostenía a pesar de que su apariencia indicara lo contrario.

Su familia le rechazó y Alfred se fue de casa para estudiar economía yugoslava en el norte de Inglaterra. Regresó a Irán en 1974 y se vio envuelto en manifestaciones en contra del Shah. Arrestado y torturado por el Savak, el ministerio de seguridad iraní, Alfred fue despojado de su nacionalidad y expulsado del país.

En los años siguientes estuvo vagando por Europa en busca de asilo político, hasta que en 1981 Bélgica le concedió el estatus de refugiado y le otorgó documentos de identidad. Éste, que debió de ser su final feliz, resultó ser apenas el comienzo de su historia.

Poco después de esto, a Alfred le robaron los documentos, o, de acuerdo con otra de las versiones sobre él, se les devolvió a las autoridades "en un momento de locura". El caso fue que de Bélgica viajó a Francia, donde pasó en los años siguientes entrando y saliendo de prisión por cargos de inmigración ilegal.

En 1988 Alfred intentó regresar sin éxito a Reino Unido, pero al llegar al Aeropuerto Charles de Gaulle de París le fue imposible salir de Francia porque no tenía papeles. Como tampoco podía quedarse porque no tenía papeles, las autoridades le dijeron que esperara en la sala del aeropuerto mientras solucionaban la paradoja. Esto hizo, durante años y años.


Alfred se instaló en la Terminal 1 e hizo su casa. Desde sus confines circulares, él y su abogado Christian Bourget, un prestigioso experto en Derechos Humanos parisino, lucharon por definir su estatus y enviarlo a Londres. Por más de 10 años libraron una durísima batalla legal que tuvo varios hitos importantes.

En 1992, un tribunal francés finalmente dictaminó que Nasseri había ingresado legalmente en el aeropuerto como refugiado y no podía ser expulsado. Pero el tribunal no pudo obligar al gobierno francés a permitirle salir del aeropuerto al suelo nacional. De hecho, dijo Bourget en declaraciones a mediados de la época, las autoridades francesas se negaron a darle a Nasseri una visa de refugiado o de tráfico.


"Fue pura burocracia", dijo el abogado.


Bourget y Alfred se concentraron después en Bélgica, donde esperaban recuperar los documentos de refugiado originales de Nasseri. Pero los funcionarios de refugiados belgas se negaron a enviarlos por correo a Francia, argumentando que Alfred debía presentarse en persona para estar seguros de que era el mismo hombre al que le habían concedido asilo político años antes.

En ese momento, el gobierno belga puso otra traba: negarse a permitir la entrada de Alfred, ya que según la ley belga, alguien a quien se le haya concedido el estatus de refugiado y que abandonó voluntariamente el país, no puede volver.

En 1995 Alfred tuvo otro shan de 'final feliz', ya que el gobierno belga cambió su postura y dijo que le devolvería los documentos de refugiado con tal que volviera a vivir en Bélgica, y que estuviera bajo la supervisión de un trabajador social.

Podría haber sido la salida, entonces llevaba casi una década viviendo en el aeropuerto. Pero Alfred tenía como propósito entrar en Reino Unido, y no estaba dispuesto a dejar la patria que había construido para sí mismo en la Terminal 1 para nada menos. Y permaneció, año tras año.

A primera vista, Alfred nunca lució como un refugiado que duerme en un banco del aeropuerto porque no tiene adónde ir. La ropa siempre limpia, el bigote bien recortado, la única chaqueta cubierta con un envoltorio de plástico, se mantenía colgada de un carrito del aeropuerto, y sus pertenencias se mantenían cuidadosamente empacadas en una maleta y un montón de cajas de Lufthansa.

Durante los primeros años en el aeropuerto, las necesidades básicas fueron satisfechas por transeúntes comprensivos y trabajadores del aeropuerto que conocían su situación kafkiana.

La gente le compraba comida, le daba dinero y escuchaba con simpatía el relato. A medida que su historia empezó a llegar a la prensa, Alfred se transformó en una especie de celebridad surrealista, no sólo entre los trabajadores del aeropuerto, sino entre los turistas que incluían una visita a su pequeña patria independiente en la Terminal 1 como parte inicial o final del viaje a París.

Fue gracias a la prensa que logró otra forma de subsistencia. Pues como despertaba tanta curiosidad, solía cobrar una pequeña propina a los periodistas y directores de cine que buscaban desesperadamente contar su historia, y entre otras cosas, ser quien le convenciera de dejar de habitar el aeropuerto, viéndolo como un preso que había terminado por amar a las cadenas.

Pero Alfred nunca se vio así, siempre estuvo a gusto con su vida, e incluso sentía que al apropiarse de su pedazo del aeropuerto había logrado reclamar la libertad y la patria que le había quitado la circunstancia .

“Desde el momento en que me senté al lado sentí la fuerza de la suya, no hay mejor palabra, dignidad. Alfred parecía totalmente satisfecho consigo mismo. No pretendía complacer ni jugar con tu simpatía. No era el vagabundo del metro que cantaba para pedir una copa. Todo en la vida de Alfred se llevó a cabo en sus propios términos. En cierto sentido, era un hombre más libre que la mayoría”, escribió el director Paul Berczeller en una nota de 2004 para The Guardian. Berczeller duró un año con Sir Alfred y documentando su vida en el aeropuerto para una película que tituló Here to Where que se estrenó en el 2001.

“El banco rojo de Alfred era el único ancla en la vida. Era la cama, la sala de estar y la sede corporativa. En realidad, eran dos bancos pegados, de unos dos metros y medio de largo en total y suavemente curvados, lo suficientemente anchos para dormir si mantenía las manos metidas bajo la almohada. Pero nunca dormía durante el día, aunque sus ojos a menudo caían por el aburrimiento; siempre podías encontrar a Alfred sentado en medio de su banco, frente a una desguazada mesa de fórmica blanca, que utilizaba como escritorio”, narró Berczeller.

Pero ni él ni nadie logró convencer a Alfred de dejar el aeropuerto, aún después de que en 1999 por fin el gobierno de Francia le concedió una visa temporal que le permitía no solo salir del aeropuerto sino ir a donde quisiera. Él insistió en quedarse, ya entonces su salud y estado mental habían comenzado a deteriorarse. En 2006, después de 18 años de vivir en el aeropuerto, su salud se deterioró. Sólo por eso tuvo que ser trasladado de la Terminal 1 para recibir atención médica. Tras pasar un tiempo hospitalizado, Alfred se fue a vivir a un hotel, pero el 6 de marzo del 2007 se trasladó al centro de acogida Emmaus, en el distrito 20 de París.

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