Imagina que favorecemos un sistema de supermercados públicos y cooperativos para hacer frente a las grandes empresas que se forran a costa de las familias. El precio de los alimentos básicos no deja de subir y buena parte de los grandes supermercados consiguen beneficios desorbitados, al tiempo que las familias tienen grandes dificultades para hacer la compra esencial y llenar la nevera de lo imprescindible.

Podemos ha propuesto fijar el precio de una cesta básica de alimentos, de manera que coincida con el que tenían antes de la guerra. Y por supuesto, la prensa y los medios que defienden a los grandes supermercados, que son prácticamente todos, han tachado la propuesta de “comunista”.

En mi opinión, cuando una propuesta moderada, que bien podrían hacer suya los socialdemócratas de toda la vida, es tachada de comunista, hay que tomar la palabra al interlocutor y pensar que, efectivamente, las proteínas comunistas pueden ayudar a que nos crezca el músculo ideológico. El comunismo tiene poco que ver con estatuas y con retratos de Lenin, o con monjes en busca de su religión y de su secta. El comunismo es lo contrario a los rituales decrépitos y a la cultura conservadora de partido. Es, por el contrario, una posición ética que confía en el rigor de las ciencias sociales para comprender y transformar la realidad. El comunismo aspira a hacer el análisis más afilado sobre el funcionamiento del poder y al diseño de la política más sofisticada para desafiar esas relaciones de poder existentes.

Así que arrojemos por la borda los complejos y seamos comunistas para responder de manera transversal al problema de las grandes cadenas de supermercados que se forran a costa de las familias, al tiempo que no pagan bien ni a sus trabajadores ni a sus productores, y destrozan al pequeño comercio con prácticas abusivas. No aceptemos quedarnos en la esquina del tablero que nos ofrece la diminuta caja de Procusto del pensamiento dominante.

Empezamos a notar los músculos mentales más fuertes y ágiles. Y por fin alguien dice:

– ¿Y si proponemos hacer un supermercado público? Está bien intervenir y controlar los precios, pero si queremos precios asequibles para los productos básicos, pagar precios dignos a los ganaderos y a los agricultores, si queremos que los trabajadores del súper cobren sueldos dignos y además reducir la huella ecológica, nada mejor que un supermercado público. La diferencia fundamental entre un supermercado público y uno privado es que el primero, aunque necesita ser eficiente, no persigue el lucro ni los grandes beneficios, sino satisfacer una necesidad social (que la gente se alimente dignamente) y eso le da una enorme ventaja competitiva. Si no aspiras al enorme beneficio de la multinacional, puedes pagar mejor a los productores y a los trabajadores del supermercado. Creamos empleo de calidad, fomentamos el empleo agrario y ganadero bien pagado y cuidamos nuestro territorio y nuestro medio rural. Además, estaríamos priorizando productos ecológicos y de cercanía y ayudando a las cooperativas. Conseguiríamos también reducir el consumo de energía y la huella de carbono. Y ojo, no estaríamos expropiando a nadie ni sacando la guillotina. Simplemente estaríamos compitiendo con lo privado en el mercado.

– No suena mal, pero eso de depender de la administración tiene también sus peligros. Donde no gobernemos nunca habría supermercados públicos y es difícil imaginar que los gestores de los supermercados públicos vayan a tener el compromiso que tienen, por ejemplo, los trabajadores sanitarios o los de la enseñanza.

– Puede que tengas razón, pero, ¿qué se te ocurre?

– ¿Te gustan las series?

– Claro, mi favorita es Damnation, de Tony Tost, pero Netflix no quiso renovarla.

– Pues mírate El último artefacto socialista, de Dalibor Matanic, en Filmin. ¿Has oído hablar de la autogestión?

– Soy todo oídos. 

– Imagina que, además de apostar por una cadena de supermercados públicos, favoreciéramos un sistema de supermercados cooperativos autogestionados y propiedad de organizaciones sociales, de trabajadores y de consumidores que aspiraran a dar el control de la cadena alimentaria a los proveedores y a los propios consumidores, que serían los que habrían de tomar las decisiones. En los supermercados cooperativos autogestionados, los socios decidirían qué criterios deben cumplir los productos a la venta, apostarían por los productos ecológicos y de cercanía y asegurarían precios justos para los productores locales. No tendrían ánimo de lucro pero sí una función social (y política) de los beneficios. ¿Te imaginas que una red de supermercados autogestionados financiara Canal Red, CTXT o lo que hiciera falta?

– Suena bien.

– Además no dependerían de la administración política de turno y tendrían incentivos permanentes para ser más eficientes que los grandes supermercados, contando con una ventaja evidente: el objetivo no sería hacer millonario a nadie.

– La verdad es que mola pensar con libertad sin quedarte en la esquinita esa del centro político. Eso sí, si alguien propone esto le van a poner a caer de un burro.

– ¿Cómo te crees que se han logrado los cambios en la historia, amigo? ¿Sin hacer ruido y sin molestar a nadie?


Pablo Iglesias es doctor por la Complutense, universidad por la que se licenció en Derecho y Ciencias Políticas.