Gemma espera apoyada en la cama de la habitación individual en la planta de Paliativos del Hospital de Sant Pau de Barcelona. Su elegante y moderno estilo destaca entre la impersonalidad propia de estos espacios. Se ha peinado y maquillado para la ocasión. "Pensaba que no teníamos secador y se ve que debía pedirse", se queja con un tono amable y bromista al médico. Sobrepasa los sesenta edad, pero su pelo corto de un color blanco bien cuidado y las uñas pintadas de color morado, a juego con las gafas, le dan una imagen de mujer del siglo XXI. Le acompaña su marido, que baja todos los días desde el pueblo. "Voy un poco enmorfinada", avisa. Sin embargo, impresiona la lucidez con la que analiza su situación y la serenidad con la que se expresa.
Sufre un cáncer de pulmón avanzado, con metástasis en diversas partes del cuerpo. El tratamiento que seguía desde que le detectaron hace dos años y medio ha dejado de funcionar y tuvo que ingresar en Navidad por los fuertes dolores. "Yo así no quería vivir", recuerda. Ahora le han propuesto una nueva terapia experimental a la que se agarra esperanzada. En ese tiempo, ha aprendido a gestionar las constantes novedades sobre su estado de salud. Los más de 30 años de experiencia como profesora de yoga le han proporcionado las herramientas necesarias para entender y racionalizar sus emociones. "Sabemos que puede morir mañana, en tres meses o en tres años", explica su marido, que ejerce de ventrílocuo para exteriorizar algunas de las reflexiones más duras. Él también ha superado un cáncer recientemente.
Con el diagnóstico de la enfermedad, el bloqueo total. Era incapaz de reaccionar. No lo asimilaba. La incredulidad y la desorientación lo captaban todo. "El miedo y la angustia vinieron más adelante", recuerda. Y después, como si de un proceso natural se tratara, llegó la tranquilizadora aceptación. El hecho de conocer la enfermedad le ayudó mucho. "Si no, quizá me hubiera hundido", admite. Desde entonces, manda la vitalidad. "Quiero disfrutar y vivir el momento", dice. Cuando llegan malas noticias, se da 24 horas para estar hundidos. "Hoy podemos estar mal, pero mañana tenemos que seguir adelante", le dice a su marido.
Gemma se siente responsable del impacto que pueda tener su muerte en las personas que ama y que la quieren. El compromiso forma parte de su personalidad. Siempre ha sido así, en el ámbito laboral, familiar y en todos los aspectos de su vida. "Tengo la suerte, entre comillas, que puedo planificarlo", reflexiona. Tiene tres hijos y tres nietos, y ve algunos más preparados que otros. "¿No?", pregunta al marido para que refuerce su análisis. Y el marido asiente. Parece bastante preparado. Al menos, está mentalizado. Recientemente, también le han detectado cáncer de vejiga a uno de sus hijos. "Madre, deben operarme de urgencia", la alertó por teléfono. No pudo acompañarle. "Me supo mal, pero no puedo hostigarme", se dice a sí misma.
Después del último ingreso en paliativos, pudo reunirlos a todos y transmitirles su punto de vista. Fue en Nochevieja. Una conversación catártica. "Me imagino la muerte como algo positivo", explica. La conciencia de que todo es efímero, que no se puede volver atrás y que el tiempo sólo permite tomar la mejor alternativa al alcance, la tranquiliza e impide que pierda la perspectiva de la realidad. Como buena yogui, tiene la seguridad de que la energía no se muere, se transforma y que lo mismo ocurrirá con ella. "Más de uno me agradeció la conversación y me dijo que le había dado mucha fuerza", recuerda orgullosa.
"Pensaba más en la muerte antes de caer enferma que ahora", destaca. "Sobrepensar, como el dolor, es agotador", añade. Y ha llegado a la conclusión de que solo puede jugarle malas pasadas. Cuando se descubre empeñada discurriendo sobre cualquier cuestión que escapa su control, frena y se obliga a abandonar el razonamiento tramposo. No siempre ha tenido esa capacidad, son muchos años de práctica. "Todos podemos morir en cualquier momento, pero no podemos estar pensándolo todo el día", defiende. Su hermana murió atropellada cuando era joven y su marido baja todos los días en coche hasta el hospital. Si bien, no temen constantemente por si sufre un accidente durante el trayecto y tampoco quiere hacerlo por si le sucede nada a ella. Por eso, no tiene ninguna petición para el momento de su fallecimiento. Simplemente, quiere vivir liberada hasta que llegue.
Prefiere centrarse en la vida. ¿De qué se siente más orgullosa? De la comunicación con sus hijos. Un arrepentimiento: no haber dejado de trabajar antes. Gemma ha sido una buena madre y ha conseguido formar una familia maravillosa. "Con sus problemas, como todas, pero con las herramientas para solucionarlos", se felicita. Si bien, lamenta haber dedicado demasiado tiempo a su vida laboral. "Me gustaba mi trabajo, pero iba muy estresado", recuerda. Mirándolo con retrospectiva, habría preferido ahorrarse muchos lujos materiales y haber ganado tiempo para sí y para los suyos. ¿Cómo le gustaría que la recordaran? Como una mujer luchadora y fuerte. - naciodigital.cat
No hay comentarios:
Publicar un comentario