El escándalo de la presunta compra de votos por correo en varias localidades, la mayoría en Andalucía, nos trae los aires rancios de la España cañí, como si fuera cierto lo tan iterado de Marx sobre la repetición de la historia, primero “como una gran tragedia” y después “como una farsa miserable”. Para no caer en un exceso, mejor etiquetarla como un sainete, o como una parodia que el sistema se aplica a sí mismo, para regenerarse.
Excepto en Melilla, el fraude amenaza la credibilidad de los dos grandes partidos estatales, que ponen sobre la mesa lo que dicen que decía Fraga: "La político tiene extraños compañeros de cama". Hablando de política, las sorpresas a la luz del día pueden ser muy variadas. La presunta compra de votos, mediante técnicas muy simples, indica hasta qué punto algunos se han movido con la paz tranquila de espíritu que regala la sensación de impunidad y costumbre. "Pero si es lo que se ha hecho toda la vida", ha pensado el avispado, que considera este trapicheo lo más normal, recordando cuando Fraga iba a pescar votos en Argentina, o como en Galicia votaban incluso los muertos.
Aunque el lavadero sobre el mercadeo de votos es notable, la gente se lo ha cogido de forma calmosa, ya se sabe, España es así, etc. Dentro de estos saraos lo curioso está el caso de las listas fantasma. Se trata de listas, siempre en poblaciones pequeñas, integradas por personas que no viven en el lugar, para arañar votos de cara a la subvención oficial en función de los sufragios y la presencia en los consejos comarcales. Cuentan en el Segre que, en la demarcación de Lleida, se han presentado más de cuarenta listas fantasma, la mayoría de PSC, PP y Vox.
A veces, para legitimar al candidato fantasma, las direcciones de los partidos aducen cosas tan curiosas como que el individuo trabajó en la zona o que tiene vínculos familiares remotos. Que estas maniobras den una pésima imagen de la competición democrática no parece importar a los estrategas de turno. Pero la gente no se escandaliza ya por nada, es parte del paisaje del país, ya se sabe, España y yo somos así, señora, que Eduardo Marquina le hace decir, en el segundo acto de A Flandes se ha puesto el sol, al capitán Diego de Acuña.
Nadie se escandaliza, como cuando en otro orden de cosas, el malogrado Robinson buscaba a Osasuna en el mapa, al fichar por el club, pues eso le ocurre a más de uno de esos candidatos fantasma. Es el síndrome Osasuna, que se había dado en más de una ocasión con los futbolistas 'oriundos' de los sesenta. Y no os sorprenda la comparación político-futbolística, es que la política se ha futbolizado, mientras el fútbol se ha politizado.