Antes de los años cincuenta los jóvenes prácticamente no eran un grupo social reconocido con identidad propia y pasaban rápidamente de la adolescencia a la adultez. Eran percibidos apenas como el pasado de los adultos y mientras antes pensaran y actuaran como ellos mejor. No tenían un espacio y un rol reconocido, excepto cuando los mandaban a la guerra. 

En los 60 y los 70 hubo un cambio radical. Los jóvenes se convirtieron en un grupo social activo, con identidad propia, con sueños y utopías. Salieron a la calle y ocuparon masivamente el espacio público para plantear sus aspiraciones. Los adultos se sintieron descolocados y los asociaron al desorden y los reprimieron. Pero entonces el mundo cambió para siempre. Los jóvenes comenzaron un proceso de construcción de identidad, de expresión de sus demandas y la cultura joven salió a la calle y ocupó el espacio público como un territorio propio. El cine y la literatura de esos años tuvieron múltiples expresiones de ese movimiento, entre las más notables está el libro Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer.

En días recientes diversas protestas de los jóvenes estadounidenses contra la crisis económica continúan en forma cada vez más masiva. Cuestionan la avaricia y la codicia, lo que parece estar en la base del descontento en diversos lugares del mundo.

Las manifestaciones de los jóvenes en Chile vienen de una matriz similar. Los culpan de provocar desórdenes, pero ellos perciben que el verdadero desorden tiene que ver con la pésima calidad de la educación pública que funciona como un mecanismo de discriminación. Los jóvenes están expresando una inquietud, un desasosiego. Perciben que el sistema se devora a sí mismo y de paso arrasa con la dignidad y los derechos de las personas.

Las movilizaciones tienen que ver con la voluntad de hacerse cargo de la crisis y con el planeta que van a heredar. Es una señal de madurez y generosidad. Es un modo responsable de habitar el planeta y de vivir. Un dato central es que las demandas expresadas por los jóvenes son parte de un fenómeno que recorre el planeta y que se relaciona con el costo de la avaricia y la codicia. Los jóvenes están hablando del mundo en que vivimos, y hay que escucharlos.

Fernando Pessoa ya lo dijo en el Libro del desasosiego:

«Creo que decir una cosa significa conservarle la virtud y despojarla del terror».

Al parecer, estamos frente a un umbral. Y los jóvenes lo quieren atravesar. 

Augusto Góngora  del blog: descontexto.blogspot.com