"La naturaleza no es natural". Trataremos de justificar nuestra oposición a la naturaleza: olvidemos demasiado fácilmente que ella misma, en sus manifestaciones más típicas —el campo, el bosque, la senda, etcétera— resulta de una conquista del hombre y de una paciente tarea . No podemos escribir más que una historia del campo. Quien contempla su armonía observa el fin o aspecto externo, despreciando los medios, la maquinaria subyacente. Ha sido necesario, durante generaciones, desbrozar, plantar, talar, podar, alinear: los vegetales y los animales, al mismo tiempo, ponen a la vista opciones y operaciones. En resumen, la naturaleza no es natural.
A esta pretendida realidad en sí —nacida del arte [por tanto, obra de la humanidad]—, que sobrepasaría al hombre, lo precedería e incluso lo inspiraría, y que él debería, en consecuencia, preservar y respetar, le reconocemos al menos una característica importante: ella se ofrece a nuestras elaboraciones. Constituye una especie de material plástico que permite y pide transformaciones; en resumen, la naturaleza invita, no a la conservación, sino a la artificialidad. No pide sino ser manipulada, manejada, reglada.
La Maítrise du vivant - Francis Dagognet
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