Será cosa de la edad, pero cada vez me gusta más la gente con buenos modales, la que no va por la vida gastando sus energías en intentar aparentar una superioridad moral que nunca ha poseído. Por eso, aunque hay más posibilidades de que me fiche el Barça en lugar de un tal Messi que yo vote su partido, debo confesarles mi simpatía por Xavier Trias, alguien que hace que la expresión señor de Barcelona , por una vez, no provoque susurro. Otra cosa es que Trias pertenezca a la política de un mundo que hace tiempo dejó de existir, como nos acordaron abruptamente en TV3, donde se vivió un momento Bertolt Brecht. "Efecto extrañamente", como en el teatro, en plena resaca electoral. Hubo frases que cortan como cuchillos ginsu, exageración y luz cegadora que borra del mapa lo establecido. La protagonista que rompió la cuarta pared, como Frank Underwood cuando miraba a la cámara en House of Cards , es una poeta catalana de 31 años. Se llama Juana como mi ama. Juana Dolores. Y le bastó solo un minuto para disolver en el aire los resultados del 28-M.
Y a partir de aquí, de forma más educada entraríamos en el edadismo. El término edadismo fue introducido por el gerontólogo Robert N. Butler en 1969, aplicándolo a la discriminación de las personas por motivos de edad. La mirada estaba puesta en la gente mayor, pero a veces también la juventud es víctima de discriminación. No acceso a un puesto de trabajo por falta de experiencia, recelos frente a la mala prensa dedicada a chicos y chicas. Sin embargo, no cabe duda de que quienes mayormente sufren el edadismo son los que van camino de la ancianidad.
Un efecto capaz de inducir a que la gente mayor se desvalorice a sí misma, que desprecie la suma de años, la experiencia. Cuando se considera que sólo la juventud es un valor son las clínicas de cirugía estética, las fábricas de cosméticos y los gimnasios los que realizan agosto. Existe un edadismo colateral basado en las dificultades que sufre la gente mayor en lo que se refiere a utilizar las nuevas tecnologías. Pero también hay edadismos expresos, como el provocado por el sistema bancario cerrando oficinas, obligando a comunicarse online, a caminar lejos en busca de una agencia, despojando de bancos a algunas poblaciones.
Se produce, por otra parte, una visión negativa al dar por sentado que los trabajadores maduros conducen a la competencia entre generaciones, obviando factores auténticamente decisivos. La digitalización, la robótica, la inteligencia artificial absorben progresivamente puestos de trabajo, no los habrá para todos los aspirantes, de cualquier edad. Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens, utiliza un terrible calificativo para la masiva clase sin trabajo. Lo llama clase inútil, ya que la economía ya no la necesita.
Al fin y al cabo, se ha pasado de venerar a la edad avanzada a despreciarla.
Desprecio de lo que puedan ofrecer y enseñar la gente mayor. En la sociedad tecnológica ya no sirven, es la juventud la que debe adiestrarles. Sin embargo, el edadismo no es unilateral, así lo demuestra el mercado de trabajo. Los jóvenes también lo sufren, por la competencia de artefactos muy inteligentes y, además, perdurables. Y es que antes, el saber y la experiencia estaban en manos de las personas mayores; pero actualmente se han cambiado los papeles, la experiencia se ha perdido sobrepasada por la tecnología, el conocimiento se está desvaneciendo y la gente mayor ha perdido autoridad y se ha perdido en medio de la velocidad a la que se mueven las nuevas tecnologías . ¿Y los jóvenes?. Los jóvenes son cada vez más viejos.
Con información de Javier Melero, Ivan Redondo, Eulalia Solé y servidor de ustedes. O sea, un ChatGPT de manual.
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