Sorprender a Roberto Bolaño (1953-2003) siempre fue difícil. Desde muy temprana edad, el chileno tuvo claro que sería escritor, hasta el punto de abandonar los estudios a los 14 años para poder dedicarse de lleno a su sueño. Daba igual que los primeros años apenas tuviera medios económicos o que los primeros libros no vendieran todo lo esperado. Sabía que su momento llegaría y esperaba paciente, pero no de brazos cruzados, sino haciendo las dos cosas que más alegría le aportaban: leer y utilizar la pluma. “Lo hacía de forma compulsiva. Cuando no estaba con una lectura, se ponía a escribir, y así todo el rato, lo iba alternando. Sus conversaciones también acostumbraban a ser sobre libros y siempre me animaba a leer a autores como André Bretón, Jack Kerouac o Julio Cortázar y su Rayuela . En sus pocos descansos, se permitía ir a jugar al futbolín”, explica en La Vanguardia , uno de los amigos íntimos del autor de Nocturno de Chile durante sus primeros años en Barcelona. El también escritor, junto a algunas personas de su círculo más cercano, han accedido a hablar con La Vanguardia con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de este intelectual que marcó a toda una generación.

“Cuando alguien me pregunta por él siempre digo que era un samurái de la literatura y que vivía como un monje, con un colchón en el suelo de su diminuto estudio de la calle Tallers, donde para ir al baño tenías que salir a la terraza. Apenas comía y el poco dinero que ganaba como vigilante nocturno en un camping de Castelldefels se les gastaba en tabaco. Pero todo esto parecía que le daba igual. Es más, le agudizaba el ingenio. Un día me pidió que le acompañara a Pedralbes. Me extrañó porque siempre decía que no quería moverse de la cuadra que rodeaba su casa. Fuimos y entró en una cabina de teléfono estropeada. Cuando esto ocurría, hasta que la compañía no se daba cuenta, podías llamar gratis, por lo que aprovechó para hablar con DF, Chile e imagino que con alguna novieta que tendría. Mientras, yo esperaba fuera, plantado, aunque admirado que se enterara de estas cosas sin, en teoría, moverse nunca de las mismas cuatro calles. Era un genio incluso para eso”.

La estabilidad financiera le llegó de la mano de Jorge Herralde, su editor en Anagrama, que demostró tener fe ciega en ese joven que había participado en México en un movimiento de vanguardia, el infra realismo, con el poeta Mario Santiago Papasquiaro, que inspiró al personaje de Ulises Lima en Los detectives salvajes , obra que le otorgaría los premios Herralde y Rómulo Gallegos.“Era un tipo fantástico, no tenía ninguna disciplina. Él era un poeta, poeta, muy valioso”, dijo Bolaño de lo que consideraba su amigo del alma. Pero no era el único, porque siempre estaba rodeado de los suyos. A Mónica Maristain, la persona que le hizo la última entrevista, publicada días después de su muerte en la edición mexicana de Playboy, le confesó que “tres de mis mejores amigos son Ignacio Echevarría, Rodrigo Fresán y A. G. Porta” . Todos ellos, además del también inseparable Bruno Montané, adelantaban a este diario que ya hace un tiempo que prefieren no participar en nada relacionado con Bolaño. Una decisión que podría haberse tomado tras las idas y venidas judiciales entre algunas amistades del escritor y su viuda, Carolina López, quien además presentó una demanda de protección al honor y la intimidad familiar contra Carmen Pérez de Vega para afirmar que mantuvo una relación sentimental con el escritor durante sus últimos seis años de vida, algo que el juez sí reconoció aunque condenó a Pérez de Vega por atentar contra la intimidad. "Considero que ya dije todo lo que tenía por decir y escribir", se disculpa Fresán.

Maristain, en cambio, sí quiso recordar desde su casa de México las largas conversaciones que mantenían a menudo con Roberto por correo electrónico. “Yo le pedía un cuento para la revista Playboy , que en ese momento codirigía, y él me reprochaba que no lo fuéramos a pagar. Pero a raíz de estos mensajes cogimos confianza y nos preguntábamos por nuestro día, además de darnos consejos sobre la vida y el dinero”.

“Disfrutaba llamando a sus amigos; a veces, se hacía pasar por otra persona”, recuerda Dunia Gras.

La periodista asegura que “todos le echamos de menos” Eso sí, reconoce que “no he leído ni leeré las obras póstumas. Le seguiré leyendo siempre, pero en Anagrama”. En el 2016, la obra del autor de Estrella distante dio el salto de esta editorial –la que le publicó prácticamente todos sus libros– en Alfaguara tras la “pérdida de confianza” de Carolina López en Herralde. “Supe que firmó un contrato con mi anterior agencia por el que ambos cobraban comisiones de los contratos de las traducciones”, confiesa la esposa del escritor a este diario.

En uno u otro sello, Dunia Gras, profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad de Barcelona (UB), cree que “todo el mundo debería leerlo. Recuerdo que cuando llegó por primera vez a manos La literatura nazi en América quedé impactada. Gracias a un amigo en común, Javier Cercas, logré el teléfono y lo llamé. Ya había ganado el premio Herralde y le dije que imaginaba que estaría envuelto en la promoción. Me dijo que no y me invitó a casa para conocernos. A partir de ese momento surgió una amistad que me permitió relacionarme con otros escritores de su entorno, como Fresán o Juan Villoro. Fue todo un privilegio y lo viví como si entrara en el mejor equipo de la Champions”, asegura la académica, que rememora con nostalgia las llamadas telefónicas. “Disfrutaba llamando a los amigos. En ocasiones, se hacía pasar por otra persona o te pedía ver simultáneamente una película con él desde la distancia. Un día me animó a poner a Grease. Yo estaba en Granollers y él en Blanes y fuimos comentando todo el metraje. Era fan incondicional de Rizzo”.

A lo largo de los años, son muchos los que han acercado al público su figura como el cineasta Ricardo House con la trilogía documental La batalla futura. “Investigué sobre él cuando me di cuenta de que muchos creadores chilenos utilizaban México como trampolín. Más tarde me enteré de que de jóvenes ambos habíamos coincidido en las reuniones que se celebraban en casa del escritor Poli Délano, en México. Yo acompañaba a mi padre, el ingeniero y poeta Herman House, y él iba porque quería aprender de las mentes pensantes y literarias. Es probable que allí ya imaginase todo lo que iba a venir. Siempre lo tuvo todo muy claro”, concluye. - Lara Gómez Ruiz - lavanguardia.