En Saint Denis, diez quilómetros al norte de París, los recién nacidos que tienen un nombre de pila árabe o musulmán pasaron de ser el 15% en 1983 al 45% en 2016; son el 19% en toda Francia. Extraigo los porcentajes del libro Arde París. La nueva revolución francesa (Lengua de Trapo, 2023), del periodista vitoriano Iñaki Gil. Un texto bendecido por el dios de la oportunidad, que no del oportunismo, puesto que se publicó apenas unas semanas antes de que Francia entera volviera, en el sentido más literal, a incen­diarse. - Josep Martí Blanch.

Más datos del mismo volumen: el 61% de los franceses considera, según un estudio de Harris Interactive fechado en 2021, que la teoría del gran reemplazo se materializará. Es decir, dan por cierto que los blancos de tradición cristiana serán sustituidos por gentes de otros pueblos no europeos que destruirán su cultura. El último trabajo de Ipsos para Le Monde lo dice de otra manera: sólo el 40% de los franceses considera compatible el islam con los valores de la sociedad gala. Y sólo el 45% cree que los inmigrantes hacen algún esfuerzo para integrarse.

Los disturbios de estos días en el país vecino han reflotado el debate alrededor de estas cuestiones de fondo. También aquí, dado que la inmigración y su integración, o inadaptación, es y será uno de los temas de conversación de este ciclo electoral y de los venideros. Hay quien cree que esto es así porqué la ultraderecha se empeñan en ello. Quien así razona piensa mucho pero camina poco.

Si hablamos de España, tanto Vox como Aliança Catalana no son más que la articulación populista y demagógica de una preocupación presente en las discusiones ciudadanas desde hace más de una década. Podría incluso decirse que ambos han llegado con retraso. Entre nosotros, el análisis de lo sucedido tiende a culpar mayoritariamente a la política e instituciones francesas. Se responsabiliza a la République por no cumplir su contrato fundacional de igualdad. La pobreza, la falta de oportunidades, el abandono institucional de los guetos... serían la causa –y en cierto modo la justificación– de la plaga de delincuencia juvenil y altercados vivida estos días pasados en las ciudades francesas.

La otra mirada, más marginal por estos lares, se sitúa en el polo contrario. Acepta, aun sin citarlo, las tesis del ultraderechista Éric Zemmour. Francia ya está en guerra civil. De un bando, los franceses de verdad, aferrados a los valores del republicanismo. Del otro, los que profesan la cultura y la fe musulmanas, portadores de unos valores llamados a destruir los cimientos de la nación que les acogió ya hace décadas o en el presente.

He visto dos veces esta semana la película Atenea de Romain Gabras, por recomendación de Pep Prieto, el crítico cinematográfico de RAC1. El filme es una profecía de lo sucedido. Sin moralina fácil. Da cuenta de que existe una Francia que vive al margen de la ley y de los valores republicanos. Y certifica también que las condiciones de vida y las perspectivas de futuro en esas no go zone son más equiparables a las del tercer mundo que no a lo que consideraríamos un estándar europeo. ¿El huevo o la gallina? ¿Dos gallinas?

Sea cual sea la respuesta, lo que ya sabemos es que este conflicto entre viejos y nuevos europeos empeorará. La ONU fijó en 2022 en sesenta millones el número de inmigrantes que necesitará el viejo continente hasta 2050 para atender las necesidades de su mercado de trabajo. Hay que seguir cubriendo los puestos que los caucásicos decidimos que ya no queríamos hacer y otros que quedarán vacíos por el suicido demográfico al que nos abocan nuestros valores y estilo de vida.

A ello hay que sumar que los europeos naturalizados administrativamente, pero fieles a su cultura y tradiciones de origen, son los que maquillan las estadísticas de natalidad en los países europeos. El paisaje humano de lo que en realidad es ya pasado seguirá cambiando. Y muy, muy rápido.

Así que es fácil advertir que las bolsas de marginación, encuadradas mayoritariamente bajo la influencia del islam, seguirán creciendo. Y que también lo hará la convicción de los autóctonos de estar siendo tanto ellos, como sus costumbres, sustituidos por otros que les son ajenos.

El fuego ha iluminado el escenario solo por unos días. Pero la obra continuará. No se adivina otra solución que no sea el procurar que las explosiones del volcán sean las menos y más controladas posibles. Y quizá eso sea lo máximo a lo que puede aspirarse. Y no solo en Francia.