El capitalismo de la vigilancia es un nuevo orden económico que describe la monetización de los datos personales capturados a través de la monitorización de las actividades y comportamientos en línea de los usuarios. Las grandes empresas tecnológicas utilizan las experiencias humanas y datos personales de sus usuarios para predecir el comportamiento de la sociedad. Este modelo plantea un reto para la privacidad individual, ya que los usuarios no conocen o consienten la compraventa de sus datos. Las empresas tecnológicas mejoran sus productos y servicios con estos datos, pero también los venden a empresas publicitarias en lo que se denomina el "mercado de futuros conductuales". El capitalismo de la vigilancia es una mutación perniciosa del capitalismo voraz. La autora, Shoshana Zuboff popularizó el término con su libro "La era del capitalismo de la vigilancia". Este modelo se refiere a la mercantilización de datos personales, es decir, en la transformación de información personal en una mercancía sujeta a la compraventa con fines de lucro4. El capitalismo de la vigilancia encarna un nuevo tipo de capitalismo no menos trascendental que el industrial.

LO QUE NO TIENE PRECENDENTES

Una de las explicaciones de los muchos triunfos del capitalismo de la vigilancia destaca por encima de las demás: me refiero a que es algo que no tiene precedentes. Y lo que no tiene precedentes por fuerza es irreconocible. Cuando nos encontramos con algo carente de precedentes, automáticamente lo interpretamos a través de la óptica de unas categorías con las que 

ya estamos familiarizados, pero con ello volvemos invisible aquello mismo que carece de precedentes. Un ejemplo clásico es el concepto de carruaje sin caballos al que las gentes hace más de un siglo acudieron para referirse a la realidad sin precedentes que para ellas era el automóvil. Otro caso ilustrativo (y trágico) es el encuentro que se produjo entre los pueblos indígenas y los primeros conquistadores españoles. Cuando los taínos de las islas caribeñas precolombinas vieron por vez primera a aquellos sudorosos y barbudos soldados españoles caminando trabajosamente por la arena con sus brocados y sus armaduras, ¿cómo iban a reconocer ellos el significado de aquel momento y lo que auguraba para su futuro? Incapaces de imaginarse su propia destrucción, pensaron que aquellas extrañas criaturas eran dioses y les dieron la bienvenida con elaborados rituales de hospitalidad. Así es como lo que no tiene precedentes consigue confundir sistemáticamente nuestra capacidad de comprensión; los prismas y cristales de la óptica existente sirven para iluminar y enfocar lo ya conocido, pero con ello oscurecen partes significativas del objeto original, pues convierten lo que no tiene precedentes en una mera prolongación del pasado. Eso contribuye a normalizar lo anómalo, lo que, a su vez, hace que combatir lo carente de precedentes sea una empresa más ardua aún, si cabe.

Hace unos años, en una noche de tormenta, un rayo alcanzó nuestra casa y yo aprendí entonces una impactante lección sobre la capacidad de desafiar nuestra facultad de comprensión que tienen las cosas sin precedentes. En el instante mismo de que se produjera la descarga, un espeso humo negro comenzó a subir escaleras arriba desde el nivel inferior de la vivienda hacia la sala de estar. Fue entonces cuando nos activamos y llamamos a los bomberos, y yo pensé que debía de quedarme aún un minuto o dos para hacer algo útil en la casa antes de salir a toda prisa y unirme a mi familia en el exterior. Primero, subí corriendo al piso de arriba y cerré todas las puertas de los dormitorios para protegerlos del efecto del humo negro. Luego, volví sin perder un segundo a la sala de estar, donde reuní todos los álbumes de fotos familiares que pude y los dejé fuera, en un porche cubierto, para salvarlos. El humo estaba a punto de alcanzarme cuando el jefe de bomberos entró en escena, me tomó del hombro y me sacó de un tirón por la puerta. Allí nos quedamos de pie, bajo una lluvia torrencial, mientras, atónitos, veíamos cómo la casa estallaba en llamas.

Muchas fueron las cosas que aprendí de aquel incendio, pero una de las más importantes fue la imposibilidad de reconocer lo que no ha tenido precedentes. En aquella fase inicial de la crisis, yo solo alcanzaba a imaginarme la casa afectada por los efectos del humo, pero no que fuera a desaparecer pasto del fuego. Interpreté lo que estaba sucediendo a través del prisma de la experiencia pasada, visualizando algún tipo de viraje de los acontecimientos molesto, pero, en último término, manejable, que nos llevaría de vuelta al statu quo. Incapaz de distinguir una situación para la que carecía de precedentes, todo lo que se me ocurrió fue cerrar puertas de unas habitaciones que pronto ya ni siquiera existirían y buscar protección para unos cuantos objetos en un porche que estaba condenado a derrumbarse y desaparecer. No podía ver unas condiciones que eran inéditas desde el punto de vista de mi experiencia.

Empecé a estudiar la aparición de eso que, con el tiempo, denominaría capitalismo de la vigilancia en 2006, entrevistando a emprendedores y empleados de una serie de compañías tecnológicas en Estados Unidos y el Reino Unido. Durante años pensé que las inesperadas e inquietantes prácticas que constaté entonces eran meros desvíos temporales respecto a la ruta central de la carretera principal: descuidos de gestión o errores de criterio y de comprensión del contexto. Mis datos de campo se destruyeron en el incendio de aquella noche y, para cuando retomé el hilo de nuevo a comienzos de 2011, yo ya tenía claro que los prismas y los cristales de mi vieja óptica de carruajes sin caballos no podían explicar ni excusar lo que se estaba formando. Había perdido muchos detalles ocultos entre la maleza, pero los perfiles de los árboles se 

dibujaban ahora mucho más nítidamente que antes: el capitalismo informacional había dado un giro decisivo hacia una nueva lógica de acumulación, dotada de sus propios mecanismos operativos originales, sus imperativos económicos y sus mercados. Podía ver ya que esta nueva forma se había escindido de las normas y las prácticas por las que se define la historia del capitalismo, y que, en ese proceso, había surgido algo alarmante y desprovisto de precedentes.

Por supuesto, la aparición de elementos inéditos en la historia económica no puede compararse con el incendio de una casa. Un fuego catastrófico como aquel presagiaba cosas que, desde la óptica de mi experiencia personal, no tenían precedentes, pero que no eran originales. Sin embargo, el capitalismo de la vigilancia es un actor nuevo en la historia: original y sui generis a la vez. Es único en su especie y diferente a todo lo demás: un nuevo planeta separado, que se rige por su propia física del tiempo y el espacio, sus días de sesenta y siete horas, sus cielos esmeralda, sus sierras invertidas y su agua seca.

No obstante, el peligro de que nos dediquemos a cerrar puertas de habitaciones que pronto dejarán de existir es muy real. El carácter inédito del capitalismo de la vigilancia lo ha habilitado para eludir todo rebatimiento sistemático porque nuestros conceptos existentes no pueden captarlo de un modo adecuado. Dependemos de categorías como monopolio o privacidad para rebatir las prácticas capitalistas de la vigilancia. Y aunque esas siguen siendo cuestiones de vital importancia, y aun cuando las actividades capitalistas de la vigilancia también son monopolísticas y representan una amenaza a la privacidad, las categorías existentes se quedan cortas de todos modos para identificar y hacer frente a las características más cruciales e inéditas de este nuevo régimen.

¿Continuará el capitalismo de la vigilancia su actual trayectoria hasta convertirse en la lógica de acumulación dominante de nuestra época o, transcurrido el tiempo, lo recordaremos poco menos que como un ave dentada prehistórica: un callejón sin salida en el largo viaje del capitalismo, tan temible en su momento como condenado de antemano al fracaso? Y si está condenado a desaparecer, ¿Cuándo lo hará? ¿Qué se necesitará para aplicar una vacuna eficaz contra él?

Toda vacuna parte de un detallado conocimiento de la enfermedad enemiga. Este libro es un viaje al encuentro de lo que de extraño, original y hasta inimaginable tiene el capitalismo de la vigilancia. Está movido por el convencimiento de que necesitamos observar y analizar con nuevos ojos los fenómenos, y también hallar nuevos nombres con los que designarlos, si queremos llegar a captar y comprender lo que no tiene precedentes como preludio imprescindible de cualquier forma eficaz de rebatirlo. En los capítulos que siguen, se examinarán las condiciones concretas que hicieron posible que el capitalismo de la vigilancia arraigara y floreciera, así como las «leyes del movimiento» que impulsan la acción y la expansión de esta forma de mercado: sus mecanismos fundamentales, sus imperativos económicos, sus economías por el lado de la oferta, su construcción de poder y sus principios de ordenamiento social. Cerremos puertas, pero asegurémonos de que sean las que hay que cerrar. - Capitalismo de la vigilancia. Soshana Zuboff. (fragmento)