BREAKING BAD EN LLIVIA

 



Cada vez más japoneses ancianos están siendo arrestados para sacar provecho de la prisión. Para aliviar la pobreza y la soledad, hombres y mujeres mayores de 65 años buscan activamente ir tras las rejas.

Estaba tomando el sol de invierno en este pequeño parque desierto en el barrio de bajos ingresos de Arakawa, al norte de Tokio. Envejecido, envuelto en una parka que había visto días mejores, un gorro en la cabeza, llevaba una barba de chivo escasa. Intercambio de sonrisas. La conversación comienza sobre el soleado invierno japonés, la vida de antaño, la pensión insuficiente, la soledad de los ancianos... "Mañana iré a la cárcel a ver a un amigo, no es un delincuente, tiene mi edad [78 ] y fue arrestado por robar en una tienda de conveniencia. Quería ser arrestado. En la cárcel está calentito, le dan de comer y si está enfermo lo cuidamos... Como es reincidente, lo tomó dos años... Un día puede que tenga que hacer como él. 

Japón tiene la tasa de criminalidad más baja del mundo y una población carcelaria relativamente pequeña en comparación con otras democracias avanzadas. Pero este envejece rápido. ¿Reflejando la evolución demográfica del archipiélago? No sólo. Puede compartir un artículo haciendo clic en los iconos para compartir en la parte superior derecha.

Japón tiene la medalla de oro en esperanza de vida, pero la proporción de personas que trabajan en la población se está reduciendo y una cuarta parte de la población tiene más de 65 años (40% en 2050). La delincuencia de los ancianos japoneses (y en especial de las mujeres de su misma franja de edad) es un fenómeno que viene apareciendo desde hace una década y que se agudiza. Según el “Libro Blanco de la Delincuencia” de diciembre de 2018, el 21,1% de los detenidos en 2017 tenían más de 65 años, mientras que en 2000 este grupo de edad representaba solo el 5,8% de la población penitenciaria. Los delincuentes mayores son arrestados por hurto menor. La mayoría roba productos alimenticios para alimentarse o mejorar lo ordinario. Una minoría dice que prefiere la prisión a una vida en la línea de pobreza (o por debajo) y la soledad.

La llegada de personas mayores a las cárceles ha creado nuevas cargas para la administración penitenciaria. Estos ancianos detenidos a menudo presentan los síntomas de la vejez: tienen problemas de audición y son lentos para seguir órdenes; algunos son incontinentes, otros tienen problemas de movilidad ya veces hay que ayudarlos a alimentarse y bañarse: trabajo extra para los cuidadores. "Algunas personas deambulan sin saber dónde están", escribe Yamamoto Joji en Aquellos que hicieron de la prisión un hogar, un libro de memorias del año tras las rejas del autor, publicado en 2018.

Pero Catalonia is different. En Llivia, un 'anciano' de 77 años ha encontrado una mejor manera de financiarse para incrementar sus ingresos, Por cierto, recuerdos a la madre del periodista que ha escrito anciano' de 77 años. 

"Un anciano que no había cometido ningún delito en su vida decidió, a sus 77 años, dedicarse a vender cocaína desde su pueblo. Podría ser el argumento de una película o una novela de ficción, pero tal hecho ha ocurrido en el tranquilo municipio de Llívia, en la Cerdanya. La misión del abuelo, que probablemente estaba relacionada con una delicada situación económica, duró poco. El negocio le funcionó durante unos cinco meses, pero acabó siendo pillado por los Mossos d'Esquadra este lunes en su casa con cocaína y utensilios para pesar y preparar la droga, y también con casi 4.000 euros.

Se trata de un hombre conocido, sociable y que hacía mucha vida en el pueblo. Así han definido algunos vecinos de Llívia consultados por 'Regió7', diario perteneciente a Prensa Ibérica, al hombre de 77 años que podría haber encajado perfectamente como personaje de la serie 'Breaking Bad'. De hecho, la policía catalana considera que, con su detención, se ha desactivado "un punto muy activo de venta de droga en la comarca".

El camello vendía cocaína en pequeñas dosis, al menos, desde marzo, cuando los Mossos tuvieron constancia de que había un hombre que distribuía droga en la calle del Raval y el del Estavar. Precisamente es en esa zona donde vive el acusado. Según algunos vecinos consultados, vive solo y podría tener problemas de dinero que habrían motivado que tomara la decisión de dedicarse a la venta de droga. Los Mossos, por su parte, confirman que carecía de antecedentes criminales.

El hombre a menudo era visto por el pueblo y siempre se mostró muy sociable. Nadie imaginó que se podría dedicar a la venta de droga hasta hace unas semanas, cuando los vecinos empezaron a sospechar que podría estar cometiendo alguna actividad ilícita por su actitud y porque los Mossos habían empezado a investigarle y a preguntar. La zona de la calle del Raval y del Estavar eran uno de sus puntos de venta, pero también operaba en la zona del parque de Sant Guillem de Llívia, donde vendía droga al por menor a consumidores de la comarca. Compaginaba la venta de droga con costumbres tan cotidianas como desayunar en el bar de al lado de su casa o, simplemente, salir a pasear. Su detención ha cogido por sorpresa al tranquilo pueblo de Llívia, poco acostumbrado a este tipo de historias".

Mi padre sostenía cuando cumplió 95 años, que a esa edad podía atracar un banco tranquilamente, porque no le pondrían en la cárcel, alguien tuvo la misma idea, porque un señor atracó un banco en silla de ruedas eléctrica, sólo que mi padre tenía un problema, el que empujaba la silla de ruedas era yo.

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