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CONTEMPORÁNEOS DE LAS ANTIGÜEDADES

Han pasado muchas cosas en poco tiempo: somos contemporáneos de las antigüedades, escribe Llucía Ramis en la vanguardia. Puede parecer una obviedad, pero confieso que no había caído en ello, y, sin embargo, así és.

"Al entrar con su Danelectro, el chico de la tienda le preguntó: “Ah, ¿es una de esas guitarras antiguas?”. Perplejo, él contestó que no, que es del 2009. “Pues eso”, replicó el dependiente. Recuerdo esta escena en la 72a Fira del Llibre d’Ocasió, Antic i Modern. Multitud de curiosos se detienen ante los stands del paseo de Gràcia, en los que hay –además de lo obvio– banderines de la familia Telerín, postales de Cobi, y tebeos de cuando se titulaban con tres letras. Objetos sobre los que podría contar anécdotas propias y no de mis abuelos.

Marçal Font, presidente del Gremi de Llibreters de Vell, y librero de la badalonesa Fènix, monta en Sant Jordi un puesto donde vende ejemplares de principios del siglo XX sobre carnicería, por ejemplo, o de 1885 sobre la cría de conejos y gallinas. Y funcionan. Dice que ahora ha empezado una nueva bibliofilia: la de los manuales de programación de ordenadores. Entre los chavales jóvenes, hay un boom en la recuperación de la informática antigua; o sea, de los años setenta.

Pienso en aquellos cuadernos de canutillo para el IBM, o en los cartuchos del MSX y los juegos que venían en cintas de casete. En el mensaje “syntax error”. Y ha pasado mucho tiempo, pero no tanto. Más bien: han pasado muchas cosas en poco tiempo, cuya aceleración progresiva ha hecho que, de repente, seamos contemporáneos de las antigüedades.

Tomas conciencia de los años que tienes cuando le restas tu edad a tu fecha de nacimiento. Lo que pasó antes de ti parece lejano porque te resulta ajeno; ya se encarga la industria de la nostalgia de romantizarlo. La obsolescencia de los soportes tecnológicos, en constante actualización, acentúa la sensación de haber vivido un momento breve de bisagra. Lo que les valía a nuestros padres, abuelos, bisabuelos, ya no valdrá a nuestros hijos. Tampoco a nosotros, si no es para convertir el desuso en fetichismo. Somos una antigualla moderna".

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