EL MUNDO DE AYER

Stefan Zweig escribió al final de su vida un libro que tituló El mundo de ayer, que era un ejercicio de nostalgia, pero también de desesperanza por el futuro que se avecinaba. Felipe González y Alfonso Guerra enviaron esta semana un mensaje que respiraba añoranza e incomprensión no tanto por adónde iba la política, sino sobre todo su partido. Zweig era consciente de que nuestra memoria ordena los recuerdos a sabiendas y excluye pasajes con juicio, para hacernos más soportable el presente. No creo que González y Guerra piensen lo mismo, porque en sus críticas parecen olvidar sus errores pasados. Ambos políticos, que fueron uña y carne, y que se repartieron con destreza e inteligencia sus papeles en el poder cuando llegaron al Gobierno, vivieron su propia crisis. Como los matrimonios mejor avenidos. Pero no fueron capaces de superarlo y se distanciaron. Pero el tiempo es como una goma de borrar que elimina los malos momentos o, como mínimo, los difumina. Y ha habido un acercamiento entre ambos que no es reciente.

Alfonso Guerra nunca se calló nada, pero hoy sus salidas de tono desalientan más que ofenden.

El miércoles, el expresidente presentó el libro Las rosas y las espinas, del exvicepresidente, en el Ateneo de Madrid, donde uno y otro se despacharon a gusto contra Pedro Sánchez y el pacto con el independentismo para mantenerse en la Moncloa. Dijeron que no querían ser cómplices de la ruptura del pacto constitucional, que no cabía la amnistía en nuestro ordenamiento y Guerra incluso denunció en un momento de delirio que hay inspectores que impiden a los niños catalanes hablar castellano en el patio.

Como escribió Zweig, hay una etapa en la vida en que el tiempo y la edad tienen otra medida. Pero eso no justifica que Guerra haya descalificado al día siguiente de este acto a la vicepresidenta Yolanda Díaz por estudiar las críticas sobre la amnistía entre peluquería y peluquería, como tres meses antes había querido ofenderla llamándola Mélenchon vestida de Christian Dior. Sus palabras desalientan más que ofenden. Suenan tan rancias que merecen ir al contenedor de materia orgánica. También lo dijo Zweig: “Los grandes hombres son siempre los más amables”. Y ese no es precisamente el caso. - Màrius Carol para la vanguardia.

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