Por qué el polo mundial liderado por China está más capacitado que Occidente para la reforma mundial. Viñeta de Robert Minor en el 'Daily Worker', periódico del Partido Comunista de Estados Unidos, en 1927. ctxt.es
Muchos nos preguntamos sobre los signos de debilidad y miopía que Occidente, y en especial la Unión Europea, está emitiendo en la actual crisis ucraniana. Cinco décadas (medio siglo) de capitalismo neoliberal convirtieron a los Estados y gobiernos de los regímenes políticos occidentales en algo muy débil e impotente. La transferencia a manos privadas del grueso del patrimonio económico nacional a partir de finales de los años setenta con Reagan y Thatcher privó a los gobiernos de riendas fundamentales para gobernar. La lógica del beneficio determinó luego, además, la deslocalización industrial hacia Oriente. Hoy la capacidad de gobierno es tan reducida que complica sobremanera las posibilidades de planificación a medio y largo plazo, así como cualquier propósito público de reforma y cambio estratégico. Es decir, de aquello que es fundamental para afrontar la crisis del antropoceno.
Cristina Ridruejo nos recordaba hace poco la situación en la España de hace cuarenta o cincuenta años, donde el Estado tenía el control de las telecomunicaciones (Telefónica), la importación, distribución y suministro de hidrocarburos con su red de gasolineras (Campsa, Repsol); la gran compañía eléctrica (Endesa), las líneas aéreas y ferroviarias nacionales (Iberia, Renfe) con sus infraestructuras correspondiente; la compañía nacional de tabacos (Tabacalera) y buena parte de la automoción (Seat) y la construcción naval y aeronáutica. Entonces existían bancos públicos importantes, las cajas de ahorro no eran especulativas y el principal medio de comunicación, la televisión, consistía en dos canales públicos. Con todas esas riendas en sus manos, había capacidad de gobierno y capacidad de informar sobre las políticas y estrategias a adoptar.
El vaciado de lo público es una de las razones de la decadencia política y económica de los regímenes oligárquicos occidentales.
El vaciado de lo público es, sin duda, una de las razones de la decadencia política y económica de los regímenes oligárquicos occidentales que conocemos como “democracias” neoliberales. Su clase política está dando muestras de niveles sin precedentes de incompetencia. Lo que presenciamos actualmente en Alemania con la gestión del trío formado por el canciller Scholz, y sus ministros de Exteriores, Baerbock, y Economía, Habeck, es seguramente el mejor ejemplo. No solo por la manifiesta deficiencia de inteligencia de esos personajes, sino por tratarse del suicidio de la primera potencia de la Unión Europea, ingenuamente considerada hasta ahora como “faro” de las demás.
Ante este panorama, llama mucho la atención el dinamismo y la capacidad de gobierno no solo de países como China, y hasta cierto punto Rusia, que han conservado (el segundo las ha restablecido) las riendas políticas de la economía. En este momento es cuando muchos cortos de miras alegarán encendidos el problema de la falta de “democracia” en esos países. En tal alegato suele fallar no tanto la crítica a los sistemas de esos países, legítima y necesaria, como la ciega y tonta presunción de inocencia hacia los sistemas occidentales, que son oligarquías neoliberales en las que el voto no decide casi nada y donde el poder del pueblo(“democracia”) brilla por su ausencia.
Dice, con razón, Craig Murray que votar por Clement Attlee en la Inglaterra de la posguerra tuvo sentido y pudo abrir la puerta a las reformas sociales que siguieron. En general, “lo que teníamos aproximadamente entre 1920 y 1990, cuando votar realmente podía marcar la diferencia, no es lo que tenemos ahora. Ahora vivimos en una sociedad postdemocrática”, afirma. En España ni siquiera tuvimos esa franja, pues de la dictadura pasamos a la postdemocracia sin apenas transición. Hoy, cuando el BCE manda en política monetaria, la OTAN en política exterior y militar y la Comisión Europea en casi todo lo demás (y se trata de tres instituciones no electas y puramente oligárquicas), la pregunta sobre lo que queda de soberanía y margen de juego para que la población cambie algo las cosas es puramente retórica.
Así que el sistema occidental, que está derivando hacia la “ultraderechización de Goldman Sachs”, es mucho menos superior en libertades a lo que nuestros corifeos del establishment pretenden y pregonan. Y además, está mucho menos capacitado para gobernar el cambio hacia la sociedad más modesta y nivelada que la crisis del antropoceno exige que sus rivales emergentes. Como decía Frédéric Lordon, no hay lucha contra el calentamiento global sin renuncia al “IPhone 24” y los demás cachivaches que el sistema brinda al consumidor para compensar su frustración. El sujeto del sistema occidental “realmente existente” ya no es el ciudadano, sino un individuo reducido a consumidor. La hipótesis de que este sujeto, espoleado por los medios de comunicación oligárquicos y las redes sociales censuradas, se oponga con uñas y dientes al cambio hacia una vida más modesta y austera, que se requiere, no es ninguna tontería. Lo más probable es que cualquier gobierno occidental que formule un programa de decrecimiento cosechará una reacción de los poderes fácticos del capitalismo, mediática y social, irresistible.
Cada vez está más claro que la solución que Occidente propone a la crisis del siglo XXI es la de un mundo en el que una minoría geográfica y social –de digamos el 20% de la humanidad– continuaría viviendo en las insostenibles condiciones actuales, mientras que el 80% restante estaría condenada a la miseria y a lidiar con las consecuencias de la crisis climática bajo la forma de pobreza, guerra y genocidio, algo que ya sugería abiertamente el “Informe Lugano” de Susan George en 1999, hace un cuarto de siglo. Un orden para preservar el capitalismo no muy diferente al que propugnaba Hitler, como decía Immanuel Wallerstein.
El actual pulso mundial entre el mundo occidental y los países emergentes liderados por China y Rusia, del que la guerra de Ucrania podría ser el aperitivo, tiene algo de esto. Comparen las conclusiones de la última cumbre del G-7 con las de la última cumbre de los BRIC's, y, seguramente, deducirán que la victoria de los emergentes es condición para un mundo menos injusto e inviable. - Rafael Poch.
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