La historia alternativa no deja de ser un pasatiempo, una excusa para los juegos de mesa o un argumento para la ciencia ficción. Algo como lo que sugería el viejo chiste contra factual en el que un médico cariacontecido le decía a una mujer de expresión desolada: “Señora Hitler: lo siento, pero el pequeño Adolfito no pasará de esta noche”. Por eso observaba Nietzsche que la pregunta de “¿qué habría pasado si…?”, lo convierte todo en objeto de ironía.

Pero, ¿quién no se ha preguntado cosas así? Si Inglaterra hubiera decidido no participar en la Segunda Guerra Mundial, ¿los alemanes habrían conquistado Moscú? Si Lenin hubiera durado veinte años más, ¿los crímenes del estalinismo nunca se habrían producido? James Joyce escribía en Ulises que las cosas que han ocurrido no se pueden suprimir con el pensamiento (“El tiempo las ha marcado y, encadenadas, residen en el espacio de las infinitas posibilidades que han desalojado”), lo que no quita un ápice de intriga a la especulación.

La política de estos días facilita estas divagaciones, por mucho que para quien pretende analizar el presente lo que vale es lo que ocurrió, no lo que pudo haber sido. Sin embargo, no creo que se pueda llamar frívolo al que opine que, sin la feroz crisis del 2008 y los recortes sociales, era poco probable que se exacerbaran de tal modo las pasiones independentistas de una parte de los catalanes. Ni a quien intuya que si la sentencia del Constitucional hubiera dejado el Estatut como salió del Parlamento, la desafección hacia España se habría manifestado con mayor ponderación.

Ya no les cuento si un gobierno que demostró en este asunto la competencia propia de una banda de contrabandistas de patatas no hubiera decidido enviar a la policía (dejándola luego a los pies de los caballos) a generar un escándalo de dimensiones bochornosas el 1 de octubre. ¿Estaríamos glosando todavía el tuit de las 155 monedas de Rufián, o Puigdemont vagaría deshojando la margarita de la independencia por los pasillos del Palau de la Generalitat ante el tedio de propios y extraños? Y si el Tribunal Supremo hubiera absuelto a los políticos independentistas de la estrafalaria acusación por sedición y se hubiera conformado con una eficaz y modesta condena por desobediencia. ¿Se habrían alcanzado los niveles de crispación de octubre del 2019?, ¿el prestigio de los tribunales españoles en Europa habría sido puesto en entredicho con tanta frecuencia? ¡Vayan ustedes a saber!

La historia solo demuestra que pasó lo que pasó cuando tenía que pasar, pero eso no vuelve absurda la conjetura de que Vox no hubiera llegado al Congreso sin el procés, ni la de que fue el procés lo que hizo encresparse un nacionalismo español como no se recordaba desde los tiempos de Sagunto, Numancia y el Dos de Mayo. Tampoco la de que, con un gobierno más dispuesto a la acción política que a tirarle al adversario el Código Penal a la cabeza, las cosas podrían haber sido muy diferentes. Quizás el ganador del concurso de hipérboles sobre la unidad de la patria (Ciudadanos) aún existiría y el PP no habría de verse cautivo de la extrema derecha y sin otra opción para llegar al poder que la de una improbable mayoría absoluta.

Porque se podrá decir lo que se quiera de Sánchez, pero si alguien tenía un plan mejor para Catalunya se guardó mucho de explicarlo, aunque fuera para elucubrar con una hipótesis. A no ser que se quiera llamar plan a no hacer nada o a seguir con una ofensiva judicial con más agujeros que un colador, que llenó de asombro a más de un centenar de profesores de Derecho Penal y a varios tribunales del ancho mundo, y que todavía colea.

Es cierto que no sabemos adónde nos llevará la táctica sanchista, pero resulta evidente adónde llevaba la otra: un lugar no muy confortable, excepto para los comerciantes asiáticos que hacían su agosto con la venta de banderas españolas y este­lades.

Tal vez todo hubiera sido diferente sin diálogo con los independentistas, indultos y amnistía, pero la historia ofrece datos suficientes para aventurar que había pocas alternativas razonables que recondujeran la situación en términos convenientes incluso, en un futuro no tan lejano, para el PP. Aunque deba ser a despecho de esos patriotas a un lado u otro del Ebro que se llenan la boca con el honor nacional y actúan como aquel matón de Marcial Lafuente Estefanía que entraba en un saloon del Oeste, miraba a todo el mundo de soslayo y mascullaba retador: “Aquí huele a co­barde”. - Javier Melero en lavanguardia.