Cuarenta segundos. Fueron exactamente cuarenta segundos. Oímos el sonido. Cuarenta segundos antes un niño leía a Dumas. Un machann contó cuarenta segundos antes los mangos que vendió. Un pescador preparó su barca cuarenta segundos antes. La brisa de la mañana trajo lo que está vivo dentro nuestro cuarenta segundos antes. Las campanas de la iglesia acallaron la tos de un campesino cuarenta segundos antes. Una mujer le dijo a su marido ravin lan plen, la quebrada está llena, cuarenta segundos antes. En exactamente cuarenta segundos un silencio repentino. El niño enterrado vivo en cuarenta segundos. El machann enterrado vivo en cuarenta segundos. El viento se quedó sin aliento en cuarenta segundos. La ciudad se desmayó en cuarenta segundos. Los pájaros murieron bajo sus alas en cuarenta segundos. Los cadáveres se amontonaron, sin nombre, en cuarenta segundos. Sangre en ruedas, paredes, escombros, huesos que duelen presionando corazones en cuarenta segundos. Un respiro movió el polvo, cuarenta segundos, y finalmente una voz, cuarenta segundos. Muerte en cada espalda, tumbados donde estamos acostumbrados a anhelar, cuarenta segundos. Nubes tranquilas y, a lo lejos, un fuego que sube, luego cae, cuarenta segundos. Aterradores cuarenta segundos. Cuarenta segundos en todo reloj. La ceniza de cuarenta extendiendo la oscuridad más allá de lo que podemos ver.
Cuarenta segundos…», de Nathalie Handal, descontexto.blogspot.com
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