¡Ah, la perspectiva, esa amiga con nombre de instrumento óptico! No hace mucho, mirábamos el mundo de nuestros abuelos y no entendíamos cómo no lo supieron ver venir. Cómo los mandaron y gobernaron. Cómo cedieron espacio. Cómo cuajaron determinadas historias, miradas y decisiones. Cómo estuvieron cuarenta años escuchando a Raphael cantar El tamborilero y bailando sardanas los domingos. Era un mundo tan atroz y nihilista con psicópatas de pintas y ademanes ridículos como Hitler, Mussolini, Stalin o Franco, que parecía imposible que se volviera a repetir.
Y míranos ahora, esperando a Trump y que Putin y Netanyahu acaben ya con lo suyo. Con las derechas (todas ellas: revueltas, enloquecidas, oliendo a sangre, capaces de cualquier cosa, sin miedo a romper nada) imponiendo aquello de que las democracias son un estorbo, un cáncer, una buena idea solo si ganan y gobiernan ellas. Si uno sabe lo que tiene que hacer, ¿por qué ha de pactar, escuchar, ceder y renunciar ante otros?
Es desalentador oír en el Parlamento Europeo lo que ya oías en tu país. Y comprobar que aquí los partidos han alineado a los más broncos, marrulleros y crueles para andar a garrotazos todo el día, a todas horas, en todas partes. Ahora la excusa es la amnistía o la renovación del CGPJ. Esencial al parecer, pero tampoco tan importante porque lo que sí lo es, es el poder. A cualquier precio.
Y, como siempre –de nuevo, la perspectiva, ah, nuestra Casandra–, la inestimable ayuda del independentismo, que sabe leer los tiempos con el catalejo del revés. No defiendes a la República y te tragas cuatro décadas de represión (ese placer tan nuestro de pueblo elegido). No husmeas los actuales vientos de la extrema derecha, para acabar rezando a Sant Jordi Pujol y escondiéndote en cuanto veas a las otras derechas rompiendo cristales, arrastrando pobres y emigrantes. - Carlos Zanón
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